Mi Manuel

- 284 - mirábamos al pa·sar. La abandonábamos, conociendo mejor sus cualida~e.s, como los grandes defectos de su raza, del que j uz- gábamos el peor su quijotesca vanidad, heredada desgracia- damente de ella por todos los pueblos que conquistó y formó. Unificándose a nuestro pensamiento, una impresión de frío nos penetró, notando entonces que estaban tibios los ca- lentadores de agua que ponen en los vagones y Manuel ba- jó a reclamar al jefe de la primera estación en que paró el tren. Desde entonces, a cada nueva parada, aparecían empleados trayendo solícitos otros· calentadore·s, llegando a ser contra pro- ducente, pues al abrir la portezuela se nos colaba un viento frío que nos dejaba helados y de· nuevo Manuel tuvo que in- tervenir, para que cesara, tan intempestivo celo. Después de dejar Avila, Valladolid, Burgos y Pamplona, sin visitar ninguno de estos lugares, por el excesivo frío, lle- gamos a Irún, límite de la frontera con Francia. Allí tuvimos que bajar para cambiar de tren, por ser de vía angosta los de España: -"Por temor de que los franceses invadan sorpresi- vamente nuestro territorio", nos dijo muy seria.mente, uno de los emplea.dos. Pasamos la pequeña barrera que limita las dos fronteras y entramos a Henday pisando de nuevo "la honne terre de France", sintiéndome más "en mi casa" al volver a oír hablar, mi viejo idioma nativo. Lo chisto.so era que a menudo en España, habían tomado a Manuel por francés y se extrañaban de que hablaise correc- tamente el castellano: --"¡Y se le entiende bastante bien!" ... le concedían benévolamente, meneando la cabeza, unitmdo el gesto a las palabras. El, callado y pareciendo muy agradecido, s•e contentaba con sonreir.

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