Mi Manuel

- 283 al oír repetir sus tan conocidos versos que Manuel sabía to- dos de memoria. Alfredito, por supuesto sin comprender mucho, escuchaba sin embargo atento y callado, hasta llegar a la escena del ce- menterio en que surgen las víctimas· de don Juan, detrás de sus mausoleos. En ese momento noté que el muchacho bañado en sudor y los ojos muy abiertos, miraba con espanto los fan- tasmas reprochando a don Juan sus crímenes.- "Allons nous- en, petite mere!" me murmuró muy despacito al oído, la voz írémula, lívido, tragando con dificultad la saliva. Sin acceder a su ruego de irnos, le sequé el sudor, tratando de hacerle com- pr·ender que no era de veras y se tranquilizara hasta terminar la representación. Al volver a la casa, conté del mal rato que había pasado el pobre, corriéndole los goterones de sudor por la cara. Al- gunos le hicieron zumba; pero ya muy valiente él les contes- tó:-"¡ No fué miedo, sólo tuve mucho calor!" ... Ya nos amenazaba volver el crudo invierno de Madrid ha- ciéndonos extrañar: las largas tardes de verano en nuestros diarios paseos a la Castellana donde los espumosos chorros de agua de la fuente de Cibeles refrescaban agradablemente el am- biente. Para nosotros, pronto pasarían a la "historia de nues- tros buenos recuerdos.'.' estos felices años de estadía en Espa- ña constatando sus innegables defectos y sus grandes cualida- des de trato cordial y sincero. Ya pensamos en regreisar a Burdeos y de allí ·embarcarnos para Lima. Poco les agradó a nuestros amigo:S la noticia del viaje, insistiendo mucho para que nos quedáramos a pasar las fiestas de Pascua y Año Nuevo con ellos ; pero no valieron los ruegos; yo estaba cansada y nerviosa de- estas interminables. tertulias con su consecuente falta de sueño y fuímos inexora- bles en nuestro propósito de partir. Todos nos acompañaron al tren para despedirnos, ofrecién- donos flores, dulces, abrazos, hasta ví con pena asomarse algu- nas lágrimas en los ojos de mi incauta amiga doña Matilde, a la que presagiábamos pronto nuevos y tristes. desengaños, en vj sta de su inflamable corazón. Cierta pena nos daba dejar a España, pareciéndonos ver el reflejo de esa misma tristeza, en los campos de Castilla que

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