Mi Manuel

- 281- amargas calabazas-, recurría a hacer reír a los demás, para di- simular su derrota amorosa. Lo cierto es que cesó el juego~ aprobando Manuel mi justa y 1severa intervención. Pocos días antes en pleno mes de agosto, todo Madrid ha- bía sido sorprendido por la noticia del asesinato de don An- tonio Cánovas del Castilla, ocurrido en el balneario de Santa Agueda, por un anarquista italiano Angiolillo, que lo mató a balazos. Esa misma tarde aparecieron los periódicos enlutados, con grandes fajas negras, comentando el suceso con editoria- les apesadumbrados; pero por la calle las gentes se daban la mano alegremente, felicitándose, por la JI?.Uerte del aborrecido ministro conservador. Manuel se sorprendió y le agradó mucho esa manifiesta alegría popular, convencido de que no estaba lejano el día de la reacción libertadora de España. Todos- los sábados por la tarde, esperaban las gente.s "ver pasar al Rey" por las calles centrales de Madrid, cuando iba con su madre a rezar la Salve a la iglesia de los Jerónimos. Por casualidad, también nos cruzamos varias veces por su camino, distinguiéndolo sentado en el fondo del coche. Tenía once años entonces el futuro Rey de España, la cara larga y al- gc: tristona. Más que cariño, me inspiraba lástima por ser un niño; pero Manuel viendo ya en él, la amenaza de un mandón, me decía burlándose de mis ternezas:- "¡También las fieras son inofensivas de pequeñas ... pero al crecer, saben sacar las uñas. Pasaban los meses, acercándose de nuevo el invierno, casi por cumplirs-e dos años de nuestra estadía en España. Yo ha- bía perdido las esperanzas que tuve al venir, de· que Manuel es- cribiese en los periódicos tomando parte en las luchas políticas o publicase algún libro. "¿Con qué derecho va un extranjero a atacar a su gobierno, ni criticar al país que le da albergue? ~Cen seguro que no lo aguantarían, ni quiero tentar la prueba", .. me contestaba él, comprendiendo yo que tenía razón, siendo sus ideas tan opuestas al régimen dominante en España, sin tampoco concebir cambiase de parecer por permanecer en ella. De vez en cuando nos visitábamos con don Fernando Lo- zano; varias veces había venido Paz, la menor de sus hijitas a pasar la tarde con Alfredito: viva y juguetona, todos en la ca-

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