Mi Manuel

- 23 - les ocurrió llevarme a la cama de la superiora, pensando que ella lo haría mejor. Recuerdo aún el cariño con que me tomó en sus brazos, cobijándome a su lado, la buena monja. De seguro, que en ese momento, el instinto maternal que nunca abandona a ninguna mujer revivió en ella; besándome, acariñándome, consolándo- me con palabras dulces, me repetía que no llorara, que todo ha- bía pasa;do ya. Así arrullada por sus caricias cesé de llorar y al fin ine dormí, olvidando mis penas. Al otro día al regresar a la clase, ví con gran satisfacción, que habían desaparecido las acusadoras huellas; el suelo había recuperado con una buena encerada su impecable limpieza con- ventual. Al principio me fué difícil acostumbrarme a la severa regla del colegio, sobre todo a las largas horas de estudio. Felizmen- te, había un gran jardín donde nos soltaban a las horas de re- creo, recordándome mis tiempos de libertad. En los primeros días, al verme tan tímida y sumisa, me pusieron el apodo de "Petit Mouton", pero a medida que me fuí adaptando al medio, desapareció "el corderito' ' para volver a ser la chica traviesa de antes. Sin embargo mis pocos años y las condiciones especiales que motivaban mi venida las con- movían seguramente continuando a mimarme y a ser indulgen- tes a las travesuras "de la nietecita". Y así en esa alternativa de meses de estudio y de vacacio- nes, en que volvía a mi casa, pasaron tres años, hasta que a mediados del año 1873, murió en Poitiers un tío de mi mamá del que ella heredó. Este suceso que parecía de provecho para nosotros, resultó un gran mal; nuestro padre tuvo que ausentarse para ir a reco- ger esa herencia y esperó nuestras vacaciones, para que acompa- ñásemos a nuestra mamá, no queriendo abandonarla sólo a manos mercenarias. Mi hermana extremó sus cuidados, quedán- dose continuamente a su lado y se contagió de su mal. Lo peor fué que ella en el acto se dió cuenta de su estado; todo lo contrario de mi mamá, que nunca creyó tener más que un simple resfrío, del que siempre esperaba sanar.

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