Mi Manuel
- 270 - siasta: sentada al lado de doña Dolores, empezó a hacerle con- fidencias, quejándose de lo desamorado que se mostraba su marido con ella. A medida que tomaba, su "emoción" redoblaba . ' entre susp1ro.s entrecortados y sollozos, acabando por consolar- se tomando nuevas copas. Una guitarra y castañuelas imprescindibles en toda fiesta española, le dieron mayor realce empezando todos a bailar y llevando más o menos el compás según el equilibrio de sus piernas, h'asta que llegó la hora de regre1sar a Madrid. Fué un nuevo problema para caber todos en el ómnibus ' sin duda se habían dilatado los estómagos y fué motivo de ri- sas y gritos antes de partir. Al otro día habían vuelto formalmente todos a sus queha- ceres contando no más una nueva pareja en los registros de la Iglesia y de la Municipalidad, para proveer legalmente a la. pa- tria de nuevos defensores. Llegó el 16 de octubre de e.se año 1896, en que Alfredito cumplía cinco años. Al saberlo los que nos rodeaban quisieron hacerle una manifestación de cariño, Manuelita Alvarez, sobri- na de doña Dolores, chiquilla de siete años fué la primera en felicitarlo, trayéndole una caja de soldados, que por .supuesto gustaron mucho al agasajado. Días antes, había sido ·el santo de doña Dolores, nos había ofrecido té y pastas de almendras que son especialmente ricas en España; me acuerdo que la víspera de su cumpleaños, mi hijito me decía con esa seriedad que toman a veces los chicos al hablar: "C'était trés bien l'autre soir, la f éte de doña Dolo- res; mais la mienne sera bien mieux, n'est-ce-pas petite mere?" Y ·en efecto quedó encantado de la.s atenciones y cariños que le prodigaron. Ya habían terminado las vacaciones, reabriéndose los lu- gares de estudio, donde Manuel permanecía tardes enteras a leer y consultar libros. Habíamos seguido conociendo todos los Mu- seos de Madrid, Manuel incansable en admirar tantas bellezas y obras de Arte. Visitamos el Museo de Artillería, situado en la Plaza de Oriente, junto al Palacio Real; mucho le asustaron a Alfredi- to esas armaduras de acero de los antiguos guerreros, temien- do sin duda, estuviesen aún vivos adentro sus caballeros; más
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