Mi Manuel

- 269 - jante camino y disculpándose entre seria y burlona:- ";, Dón~ de iba yo a saber que don Manuel, tuviese tanto éxito? ¡Eso tiene ser buen mozo!"- .. Acabé por reírme yo también, prome- tiéndome no volver a pasar por tan pecaminosos "jardines" ... En esos días llegó de Filipinas donde había ido a batirse, el antiguo novio de una de las sirvientas de la ca:sa de doña Pilar, volvía provi:sto de buenas pesetas, juntadas allá y le ofre- ció matrimonio. El mozo venía algo enfermo de fiebres palúdi- cas atrapadas en esas lejanas islas; pero sin duda el dinero hi- zo contrapeso en el ánimo de la muchacha y lo aceptó. Entonces doña Pilar les propuso un negocio ofreciéndoles a los dos tomar la sucursal , mediante pagos mensuales, conve- nientes para todos. Nosotros entraríamos en el traspaso, que- dándonos ya a comer en la nueva casa: estábamos hartos de oír las interminables discusiones toreras, y de comer el invaria- ble menú cotidiano. Y tuvo lugar la boda. Para nosotros era una novedad asis- tir a una de esas típicas fiestas y ver de eerca escenas popula- res, que generalmente los extranjeros sólo leen en las novel<LS 1 • Le hicimos nuestro regalo a la novia, doña Dolores le cosió de balde el vestido y doña Pilar costeó el banquete de la boda en el campo. Junto con los amigos de los novios éramos unas veinte per- sonas. Terminada la ceremonia en la iglesia del Carmen parti- mos en un ómnibus. donde ajustándonos un poco, cupimos to- dos. Ha·sta allí resultaba exactamente igual como en Francia las bodas descritas por Maupa.ssant, con la única diferencia de estar en los alrededores de Madrid, en lugar de los de París y faltando la locuaz alegría francesa que domina siempre en esos casos allá; el novio estaba medio tristón, tal vez por su estado de salud; daba pena verle con su color amarillo de limón. La novia, algo seria, sin duda por dars·e tono ante las huéspedes de la casa que en realidad no éramos sus amigos. La más fran- camente satisfecha era doña Pilar; su marido, había quedado cuidando la casa principal y ella gozaba de un día. de libertad. Después de atravesar los , suburbios de Madrid, llegamos una hora después al lugar donde íbamos a almorzar. No tarda- ron en animarse hasta los novios, empezando la alegría a -mar- carse en todos los semblantes. Doña Pila.r seguía la más entu-

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