Mi Manuel
- 268 - Los teatros acaban muy tarde en Madrid, hasta después de la una las máJs 1 veces, y sea por culpa del público que hace repetir a los artistas, o por costumbre inveterada, de empezar muy tarde la función. Al salir a tan altas horas, ya el estómago exige una copa de helados en verano o una taza de chocolate en invierno. Asimismo nos acostumbramos nosotros también, volviéndo- nos trasnochadores como verdaderos madrileños. Pero desgra- ciadamente sin poder recuperar las perdidas horas de sueño, por no saher dormir de día y como todos: "la siesta". A veces llevábamos a doña Dolores, tan aficionada al teatro, no pudiendo costeárselo ella, la pobre, al vivir de su tra- bajo. Era para ella un verdadero placer que nos daba gusto procurarle. Hasta nos convenía su presencia por darnos deta- lles sobre ese medio teatral que ella tan bien conocía. Una no- che la llevamos al "Teatro de la Princesa", daban una comedia de Vital AJsa que estaba allí justamente conversando con unos amigos; al pasar saludó a doña Dolores con mucho cariño: ba- jito, de pelo negro, igual que sus patillas, aun me parece verlo, con su levita larga, como s-e usaba entonces. Trabajaba esa noche Rosario Pino; en toda la flor de su juventud, la engreída del público, que le. aguantaba todas sus malacrianzas: desde el escenario, en plena representación iSe interrumpía, para reírse y hacer señas a sus amigos, sentados en la platea. Mucho nos chocó; solamente en España podían tolerar semejantes maneras. Una noche al salir del café Fornos, siendo muy tarde, do- ña Dolores nos propuso para acortar el camino pasar por la calle "Jardines", que no conocíamos aún. Aquello fué horroro- so, pues a pesar de e,star a dos pasos de la Plaza. del Sol resul- taba ser un antro de vicio e intransitable. De cada puerta sa- lían mujeres algo menos que vestidas y jalando a Manuel del brazo opuesto al que me daba, se lo jalaban a viva fuerza, queriendo arrancármelo. Doña Dolores andando delante de nosotros y muerta de: risa me incitaba a no soltarlo, mientras yo furiosa forcejeaba para contenerlo. Por supuesto Manuel tampoco se prestaba a la broma de estas sinvergüenzas, pero resultaba una escena ridícula para mí. Mucho me molesté con ella por habernos llevado por seme-
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