Mi Manuel

- 266 - huéspedes·. Con nosotros no ejercía su autoridad; pero la ha- cía sentir a las tres o cuatro costureritas que empleaba, acu- mulando su vigilancia de la casa con un taller de costura. Viuda de un apuntador de teatros, Gonocía a todos los actores y actrices de renombre en E 1 spaña, resultando muy in- teresante oírla contar sus recuerdos vividos en medio de ellos como una verdadera crónica de teatro. Tenía loca admiració 1 ~ por algunos, expresándose en términos especialmente lau- datorios: "El hermosísimo hombre" llamaba a Rafael Cal- vo, del que parecía haber estado enamorada, aunque tributa- ba grandes elogios también a actrices. Sabía de memoria to- do el "Juan Tenorio", recitando versos todo el día con una fidelidad asombrosa. Yo me sentaba en el corredor donde daba una ventana de su taller, permitiéndome conversar sin estorbarla, ni tam- poco familiarizarme con ella; Manuel desde el comedor po- día oír lo que hablábamos sin intervenir. Eran amigos de ella la mayor parte de los artistas espa- ñoles que habían hecho "tournées" por América del Sur, sien- do también conocidos nuestros, por haberlos visto represen- tar ·en Lima. Entre ellos Angelito Sáenz, barítono o tenor, no recuerdo, que adquirió celebridad en 1891, cantando la "Gua- ·yaba,, ; muy amigo suyo, nos contaba ser hijo de familia adi- nerada, completamente opuesta a que fuese actor, y haberse escapado a Madrid, contra la voluntad de sus padres. Pa·seándo- se un día por la calle de Alcalá se encontró con una antigua sir- vienta de su casa, criada allí desde pequeña.- "¿Qué haces aquí Petra?", le preguntó sorprendido.- "Estoy haciendo de p. . . señor, contestó ella crudamente. Nada pudo protestar, había venido como él a Madrid, a seguir su carrera más o me- nos artística. . . verdad ; pero ambos según sus aficiones. Uno de los huéspedas de la casa era Ricardo Sierra, alum- no de la E,scuela de Bellas Artes, caricaturista que Alfredito se entretenía en ver dibujar y al mismo tiempo le enseñaba a silbar todas las tonadas de moda: ;'La Gran Vía", "Cuadros Disolventes", etc.; pero cuando le pedíamos luciera sus habi- lidades, desaparecía el muchacho debajo de la mes.a, pues de otro modo la risa no lo dejaba silbar.

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