Mi Manuel

- 265 - han vuelto a matar toro.si y reedificar iglesias, sin desengañar- se de su fanatismo ni haber saciado su sed de sang~e. Afuera respiramos; las piernas me temblaban sintiendo aún repercutir en mi carne todo el dolor de las pobres víctimas. Tomamos un coche y nos, fuímos a pasear por el campo, buscando soledad, para descansar los nervios y el espíritu. Al atardecer volvimos a la casa, nos hicieron zumba por nuestra "cobardía". Yo no t,enía ánimo para contestar, prefiriendo callar, temiendo decirles demasiado. Manuel, más dueño de sí mis- mo, satírico se contentó con decirles:- "No.s' sentíamos can- sados, duraba demasiado el juego . .. " En la mesa siguieron como siempre las discusiones de. los. aficionados, nosotros mudos, asqueados al oírlos. Pero en adelante dividí en do:S 1 bandos a los españoles: los que eran enemigos de esa salva- jada, siendo muchos felizmente y los otros, quienes bajo el pretexto de admirar "sólo el Arte del hombre ante la fiera" van a satisfacer sus pervertidos instintos sádicos, gozándose en ver sufrir o prescindiendo de toda compasión que es tal vez peor. A principios del mes de mayo hizo Angeles ,su pri- mera Comunión. Me pidió le prendiese el velo que yo misma le había obsequiado, llevando en la mano el rosario de nácar que Alfredito le regaló. Preciosa estaba la chica: nunca fué mejor llamada "Angeles". Sus tíos nos invitaron a almorzar con éllos y brindamos por su felicidad. Así vestida de blanco se retrató, aun conservo el que no.s obsequió. Volvió el diputado y le devolvimos su departamento, pre- firiendo pasarnos a la sucursal de la casa en la misma calle, que ocupar otro casi 1sin luz que nos ofrecían. El único fas- tidio era venirnos a almorzar y comer a la misma casa, pero para viajeros, siempre listos a salir, era un detalle insignifi- cante. Allí nos· daban sólo desayuno, teniendo toda la casa a nuestra disposición. desde la sala con ventana a la calle, lo mismo que nuestro departamento, hasta ¡ e~ .comedor, donde .Manuel se instalaba a escribir, huyendo del 'sol que ya empe- zaba a hacerse sentir. Cuidaba y dirigía la casa doña Dolores, bilbaína de unos 48 años, alta, delgada, huesuda; mujer muy enérgica que tan bien podría haber mandado un batallón, como una casa de

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