Mi Manuel

- 264 - Por fin empezó la función: la música alegre dominaba to- dos los ruidos. A mi hijito le faltaban ojos para ver la deslum- brante fiesta: entraron a la Plaza, los actores de la próxima tragedia, pasaron soberbios, reluci,entes, delante de nosotros ' ,yendo a saludar a la Autoridad y recibir la llave del toril, no pareciendo ser el preludio de un espectáculo de :sangre ni de ·muerte ... Luego salió ,el primer toro: ágil, vivo, lleno de vida apare- ció, saludado por la multitud con un profundo clamor de sa- tisfacción. Los caballos se acercaron lanzados por sus jinetes, hiriendo al toro con sus picas, provocando su ira y furioso se lanzó sobre ellos. Los pobres caballos ciegos e inocentes del dolor provocado, pronto recibían las cornadas de la fiera em- bravecida y del primer pecho herido, brotó la sangre a borbo- tones. Alfredito espantado empezó a gritar:- "¡No mires!", le dije yo y l3 tapé los ojos, pero quitándome la mano, instin- tivamente, seguía viendo la carnicería y ca·er otro caballo baña- do en su sangre. Entonces redobló sus gritos; yo, tan impresio- nada como él y queriendo desfogar mi rabia le grité:-"¡ Cá- llate!, ¡van a ver· que no eres español!" ... "No 1señora me in- terrumpió el cura de mi derecha, de chico, yo también lloraba al ver esto". - "Así es que de grande, se ha vuelto usted más salvaje!", le contes,té, descargando toda mi cólera contra él. Manuel, pálido y nervioso callaba; leyendo yo en su sem- blante toda la lástima y a la vez el desprecio, que en él desper- taba la escena. Y lo peor fué que no nos dejaron salir y tuvimos que que- darnos, hasta la muerte del primer toro, ver a Mazantini clavar- }e, la espada con "maestría" y la muchedumbre celebrar su victoria. Locos se volvieron todos, aplaudiendo, aclamándolo con pies y manos, gritando, silvando histéricos en el paroxis- mo del placer: las mujeres lanzándole sus abanicos, sus bolsas y 1sus flores: los hombres sus sombreros, dinero, ovacionando al glorioso matador. El, satisfecho de su hazaña, recorría la Plaza saludando devotamente a las mujeres con las dos manos, recogía sus laureles; devolvía los sombreros, orgulloso, gozaba de su triunfo ... Allí palpitaba el alma de España, raza cruel y mística: incorregible. Hasta ahora mis\110, después de la guerra civil,

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