Mi Manuel

- 259- Pocos días después fuímos a visitar a la familia Loza- no, suegros del profesor de Buen, que vivía cerca del Paseo die la Castellana, el barrio más lindo de Madrid, rodeado de jardines. Con cariño franco y sencillo nos recibieron ellos y sus hijos; el mayor, Fernando, joven de unos 18 años muy afi- cionado al dibujo, había ya obtenido distintivos honrosos, en varios concursos. Paz, de seis años, la menor de las mujeres, una nueva amiga para Alfredito. El mismo señor Lozano en persona nos llevó al otro día a conocer el museo del Prado, donde pudimos admirar los ori- ginales de los grandes pintores, la verdadera gloria de Espa- ña : Velázquez, Goya, etc. Al otro día nos convidaron a comer, afables, exteriorizan- do la expresión de la palabra 'amistad". Con la señora sim- paticé en lo que nos une a todas las mujeres del mundo: en el amor a nuestros hijos; pronto fuimos amigas. Don Fernando como dueño y director de periódico, tenía entrada libre a lugares donde no son admitidos los extranj e- ros. Con él pudo Manuel conocer en todos sus detalles la Bi- blioteca Nacional y del Ateneo; ver de cerca todas las cele- bridades intelectuales de España, acercándose¡ a algunos, apartándose de los que no eran de sus simpatías. Así intimó con Pi y Margal llevándolo a una sesión de la Real Academia de la que él formaba parte. Yo quedaba ajena a ·esas serias incursiones de Manuel a esos centros ci entíficos y políticos, donde no son admitidas· las mujeres;· mientras, me entretenía en pasearme con mi hi- jito en lugares más recreativos: calles eentrales, parques, pa- seos públicos, admirando las bellezas. españolas, su gracia y elegancia innegables, a pesar de ser tan distinto al "chic" pa- risiense. En nuestra casa de huéspedes era vecino de Manuel en la mesa, un profesor suizo, mandado por la Universidad de Zu- rich a recoger datos sobre cierta época de la Historia de Es- paña. Muchas veces se había encontrado con Manue! en la Biblioteca y vuelto juntos a la casa, entabláridose entre éllos, cierta amistad.