Mi Manuel
XXII MADRID Llegábamos a Madrid. Ya se presentía su proximidad por lo poblado de sus alrededores y la nervios·idad de los viajeros preparándos·e a bajar. Paró el tren y de todos los compartimientos se precipita- ron hacia la puerta de salida, ávidos de ver cuanto antes a sus familias. A nosotros, no nos esperaba nadie y tranquilos de- jamos desfogar el loco desbordamiento. Luego irns.talados en un coche nos hicimos llevar a la .calle de la Montera donde teníamos recomendación para la casa de huéspedes de la señora Pilar de Vicente. Nos gustó Madrid al primer vistazo dado por la porte- zuela, extrañando ver lo bien regimentadas que iban las gen- tes por la calle, guardando su derecha en cada vereda, for- mando dos corrientes. Raro que en España, país de las rebel- días, se sometiesen tan ovejunamente a lo que en Francia fué imposible imponer, a pesar de todas las órdenes policiales y municipales. Ocupamos el departamento de un diputado a Cortes, au- sente, de vacaciones por ser verano. Muy confortable y elegan- te, nos gustó, lo mismo los. dueños de casa los señores Vicen- tes marido y mujer, cincuentones ambos, sin hijos, teniendo a su lado a una sobrina Angeles, preciosa chica de once años rubia, de ojos azules, cariñosísima con nosotros y desde el primer día inseperable amiga de Alfredito. Fué la compañe- rita diaria de nues.tros paseos: tomando el Bebé de la mano,
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