Mi Manuel

- 256 - Y asomándome a la ventanilla interpelé a una mujer del lugar, preguntándole:- "¿Conoce usted a la Dolores'?" -"No niña, me contestó riéndose, siempre nos preguntan por ella,, pero nadi e la conoee aquí; debe haberse ido ... "- "O muer- to de vergüenza por su triste fama". . . añadí yo, riéndom& también. A lo largo de la estación pasaban mujeres con un botij 0 , en una mano y un vaso en la otra: -- "¡Ag ua!", gritaban y ofrecían un líquido sucio lleno de una ca.pa de tierra encima ~ El pregón más parecía un triste quejido que una invita- ción a beber, lanzado en un tono lastimero y desalentado. Sin insi stir en que se les comprara, como consciente de la insipi- dez del brevaj e, .seguían andando las mujeres en su continua- do ir y venir, repitiendo como una exhalación:- "¡Agua,. agua!" ... dejando impresión de suma tristeza. Al partir el tren, Manuel expresando mi mismo pensamiento me pregun- tó: -"¿Será por pobreza o sobriedad, que aquí compran aguar' En la próxima estación una señora subió al tren con una. canastilla en la mano y con mucho cuidado la puso debajo. de su asiento. De repente dieron de gritos las gentes, parándo- se asustadas, quejándose que les pellizcaban las piernas. EI alboroto fué general, pero acabó en risas, cuando vieron que- eran camarones (cangrejos los llamaban ellos) escapados de la canasta, dejada en el suelo por su dueña, que huían poi" todos los lados, buscando donde meterse los ü1felices animales. De fiesta estuvo entonces nuestro Bebé en medio de tan- ta algazara y ayudando a recogerlo!S·. La llegada a Guadalaj ara puso término a la cómica ca- cería, digna de Paul de Koch, decía Manuel, recordando el fes- tivo escritor franc és que tanto hizo reír a los de su tiempo. Allí la señora dueña de los camarones bajó con ellos y bien pronto los olvidamos cuando una simpáticas mucha- chas subieron a ofrecernos los "borrachitos' de Guadalaj ara" quo nos habían recomendado probar. Sabrosísimos eran en efecto los bizcochuelos remojados en vino dulce, dignos de su fama.