Mi Manuel
- 249 - ayudarme a levantar, como lo habría hecho cualquier hombre, en la última aldea de.I mundo civilizado. Y para endulzar estos amargos recuerdos, diré que Espa- ña es la tierra de los mejores dulces. Sin el fino sabor del "fon- dant", sin la exquisita ligereza científica de la pastelería fran- eesa, esta es la tierra del dulce macizo, sabroso y del arte de confitarlo todo, desde las sabrosas naranjas hasta los insul- sos troncos de lechuga. Allí comimos los inolvidables turrones de almendras, los riquísimos dulces de frutas confitadas y en su honor diré hoy como repetiría Manuel: -"¡Vivan los ricos dulces de la fiera España!" ... Yimos que en Barcelcna a pesar de ser la ciudad más tra- haj adora e industriosa de España, sobraban los clásicos "por- dioseros" aunque no creo que sea un gremio sindicado como en Madrid; aquí se juntan formando orquestas ambulanteis y callejeras-, tocando sus guitarras y bandurrias para implorar la caridad pública. "Exigir" sería más propio decir, pues insta- lándose en sillas plegadizas cierran las calles sin dejar pasar a nadie antes de que .suelte su óbolo. Provistos de largas cañas terminando con un embudo, alcanzan hasta el piso más· alto y como la música atrae a todos, el que se asoma tiene que pa- gar el tributo de su curiosidad, echándoles allí unas cuantas pe- rras para contentarlos. Lo raro es que la policía tolere tamaño abuso rayando en saqueo, por no decir sacrería. Tampoco escapa Barcelona de tener sus gitanas quB pulu- lan por la ciudad, invadiendo todo, molestando a todos. Vesti- das con sus amplirus• faldas de colores chillones, adornadas con collares y baratijas de plata. Nadie está libre de su insistente majadería en quererle decir la "buenaventura" y tenaces siguen f a.stidiando hasta lograr sacar algún dinero. Una me tomó la mano, afanada en decirme e.I porvenir~ "Saque una moneda de plata", me dijo y muy atrevida abrien- do ella misma mi bolsón, se sacó un duro y se fué corriendo; luego desde lejos me mandaba besos volados, al ver que yo sor- prendida me reía, en lugar de enojarme. Cosa rara, no veíamos un ·solo borracho por las calles y bastante nos sorprendía esa marcada sobriedad al llegar de Parí.s, donde francamente no faltaban. Lo único que les veía-
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