Mi Manuel
-248 - testó ella, no tengo familia, ni dejo a nadie; pero mucho me aflige pensar ¡que ya no comeré garbanzos!". . . "Y al decir esto un gran sollozo ahogó su voz. En el acto procedí a con- solarla mejor con actos que palabras; salí a la calle y le com- pré una arroba de garbanzos. La alegría de la infeliz, me pa- gó con creces mi amabilidad; contenta y sonriente los repar- tió en pequeñas bolsas para disimularlos entre sus cosas, te- miendo se los fuesen a robar. Y así es de infantil el espíritu español, al mismo tiempo que tiene corazón de león. Una de nuestras curiosidades al visitar España era ver de cerca su entusiasmo loco por las corridas de toros, al mis- mo tiempo que nos repugnaba presenciarlas. -"En invie.rno sólo dan novilladas", nos dijeron, juego inofensivo en que no matan, embromando no más al animal, sin hacerle daño. Y decidimos ir convidando al famoso don Pru- dencio, que nos acompañara con Quique y Alfredito. No era realmente cruel lo que vimos, contentándose con ponerle "ban- dorillas" al torito, excitando su bravura para luego volverlo a encerrar, pero sólo un rato nos quedamos, pues desde los asien- tos de arriba, nos tiraron granos de maíz, por estar Manuel con "chi1stera" como llaman al sombrero de copa que él usa- ba siempre, obligándonos a salir por no seguir siendo el blan- co de los tiroteos, llegándoles también a los chicos y lanza- dos de desde lejos, no dejaban de picar al caer en la cara. Y otra vez también causamos sensación al pasar por la Rambla, fijándose muchos en que Manuel llevaba tarro, co- mo se usaba entonces en todas partes, pero que en Barcelona parecía ser completamente desconocido.-"¿ ne dónde nos han caído éstos? ... repetían en alta voz, parándose delante de nos- otros sin dejarnos avanzar y mirándonos como fenómenos, caídos de algún planeta. Otra vez al caminar sola por esa misma Rambla un día de lluvia, me resbalé y caí de espaldas; fué un regocijo gene- ral y aplaudiendo me rodearon gritando: -"¡Viva la buena pierna!" Me levanté furiosa y sólo una palabra brotó de mi:s labios: "¡Salvajes!" ... que les grité como la única merecida a tanta villanía; lúbricos como verdaderos salvajes, en lugar de
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