Mi Manuel

- 246 - tretenían en servirla alcanzándole presurosos todos los pomos de salsas y demás aderezos que abundan en una mesa, para realzar el apetito de los estómagos cansados. Ella, con grandes inclinaciones de cabeza y amables sonrisas se creía obligada a aceptar todo y echarlo a su plato, en señal de agradecimiento. Terrible debía resultar a su pobre paladar esta mezcolan- za de ingredientes. Manuel también intervenía en el ofrecimiento general de especerías, mereciéndole un "Gracias caballero", dulzón y re~ lamido, que tenía el don de exasperarme. Hasta que un día cansada de tanta zalamería recíproca, le exigí a Manuel cesara ese juego ridículo. -"¿No ves que nos bur- lamos de ella?, me contestó.-"Puede serlo en el fondo, pero es una forma de ~namoramiento que no me agrada de tu par- te", le respondí yo; desde ese día, contó ella uno menos, entre sus "alcanza-frascos". En España nunca dan llave de la puerta de calle a los ve- cinos, existiendo aún la costumbre secular de haber un ".sere- no" que como nuevo San Pedro va llevando un manojo de lla- ves para abrirle, no el cielo, sino la puerta de calle a los vecinos. Esto 1s·e explica en que siendo cada llave de unos 50 centímetros de largo, a nadie le cabría en el l;>olsillo y en lugar de cambiar las chapas prefieren conservar la costumbre de tener quien las abra. Así de noche para entrar, teníamos que palmear las. ma- nos en señal de llamada, a la que nos respondía desde lejos una voz cavernosa y sepulcral un:-"¡ Ya voy!" ... que parecía lle.- gar del otro mundo. Paso a paso venia ·el pobre hombre, arrastrando los pies y garraspeando, padeciendo de reumatismo y resfríado cróni- cos, ambos adquiridos por la humedad de la noche. Nos; abría la puerta y colmaba su atención, ofreciéndonos una larga "cerilla" que nos permitía alumbrarnos hasta llegar a nues- tro piso. Por supuesto nadie dejaba de remunerar el servicio con unas cuantas "perras" que embolsaba con un "Gradas", que repercutía como el primitivo "Ya voy" ... Además, el sereno acumula su servicio de portero con el de avisar a los vecinos, la hora y el estado del cielo, recorrien- do la calle de un extremo a otro, repitiendo la hora en alta

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