Mi Manuel

- 245 - en sus maneras, cosa rara en un militar español; se escanda- lizaba de que Alfredo dij era palabras algo feas que por supues- to el muchacho no entendía y a la verdad yo no se las oía decir; pero me lo expliqué realmente después, cuando un día que salimos a la calle Manuel y yo, nos pasó un gran chasco al dejar a Alfredito al cuidado de las dueñas de casa. Al volver, justamente acompañados del doctor Odón de -Buen, oíamos desde la esquina de la calle que gritaban tama- ñas palabrotas, agotando las clásicas interjecciones del rico vocabulario español en la materia: -"¡Se conoce que estamos en E.spaña !" exclamé yo, riéndome burlona.mente y a medida que avanzábamos hacia nuestra casa, las palabras nos llega- ban más claras y sonoras. Cual sería mi espanto al acercarnos y levantar la cabeza, ver que era mi propio hijo quien lanza- ba a voz en cuello, a la calle, tales indecencias, alternando con Quique, a cada cual mejor. El doctor de Buen vió mi asombro y comprendió, Manuel se rió con fastidio; yo empavada quería hasta llorar de vergüenza. Subimos la escalera y al entrar en- contramos a don Prudencio sentado entre las dos puertas. que daban al balcón, aleccionando a los dos muchachos que ino- centemente r epetían como loros y lanzaban a la calle las pa- labras obsenas que este imbécil· les enseñaba. Nacta le dij irnos· a este idiota al no poderlo castigar como lo merecía., compren·· di endo entonces el por qué se escandalizaba el pudoroso capi- tán, al oír hablar a nuestro hijito. Otra de las pupilas de la casa de huéspedes era una seño- ra brasileña doña Leonor, de la que nunca supe el apellido. Alta, gordísima, de ojos muy negros y cejas cerradas, tenía bi- gotes tan frondosos que cualquier gendarme se los podía envi- diar. Era la "coqueluche" de los comensales, deshaciéndose to- dos para servirla y atenderle. Tenía la particularidad de llegar sjempre tarde a la mesa, cuando estábamos terminando. Re- cuerdo que le traían .su plato de sopa estando nosotros en los postres, lo que no le impedía después de echarle perejil y ce- bollas picadas, dar una mirada giratoria a su alrededor en se- ñal de fina atención y antes de empezar a comer, nos decía a todos: -"¿Ustedes gustan?". A lo que le contestaban con un unísono:- "Muchas gracias , siga usted no más y le aprove- che". . . Luego, como todos habían acabado de comer, se en-

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