Mi Manuel
- rn - asistirlos, sin exceptuar a los niños, a quienes habrían debido mandar a sus casas. Y sucedió lo que mi mamá había temido al oponerse a que fuese al hospital: mi hermano fué uno de los primeros en con- tagiarse del terrible mal y regresó enfermo a casa. Empezaron entonces para mi pobre madre lo.s. días de con- goja, las largas veladas a su cabecera, pagando ella también la loca desobediencia de su hijo. Estuvo gravísimo, pero lo salvó, aunque a precio de su propia salud; pues apenas entrado en la convalecencia, cayó ella enferma del mismo mal; tras de ella, mi hermana y finalmente yo también. Mi papá fué el único en no contagiarse tocándole la pe·sa- da tarea de asistirnos a todos, ayudado por una buena enfer- mera. Seguía la invasión alemana por todo el Este de Francia y sus batallones victoriosos eran asilados por los habitantes del lugar donde llegaban. Un día se presentaron en casa cuatro oficiales con orden terminante de ser hospedados . No había sino obedecer y mi padre no hizo objeción; pero tomando del brazo a uno de ellos, le hizo recorrer los dormitorios, haciéndole consta- tar los cuatro enfermos en sus r espectivas camas, ¡"Tifus!" ... Fué su única palabra, sin más explicación. Los oficiales no ha- blaban francés; pero comprendieron y dando una orden en alemán -tres ladridos-, dieron media vuelta, y con paso re- doblado, se precipitaron hácia. la puerta por donde habían en- trado. Pasaron algunas semanas más e íbamos mejorando de nuestros males, entrando todos en plena convalecencia; y se pre- sentaron de nuevo cuatro oficiales alemanes. Esa vez, hubo que recibirlos a compartir "Le feu et la lumiere, au foyer familial", como decía la frase consagrada, suscrita por el Coronel pru- siano. Era tal vez lo más humillante de la derrota, esa imposición en cada hogar, teniendo que cobijar, atender y mantener a quien se odia, al causante de todos los males: -"al Enemigo" ... Yo les tenía pavor, huyendo de ellos, pegada a las faldas de mi mamá, de la que no me separaba un momento. ¡Cómo había cambiado mi vida! Eran sólo recuerdos, los juegos en el jardín, los pas.eos en el campo, los engreímientos de todos. Me sentía presa en mi propia casa, sobre todo después de los lar-
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