Mi Manuel

- 239 - Al otro día, cómodamente instalados en el tren, atravesa- mos salinas marinas que en una gran extensión cubrían· el sue- lo, mientras que el sol, desmintiendo este aparente paisaje de invierno al reflejar en este níveo blancor, lo hacía brillar más, en lugar de derretirlo. Nuestro único compañero de viaje era un francés de unos cincuenta año.s, gordo y de aspecto bonachón, que sin duda cansado de su propio mutismo en esas largas horas de tren, se distrajo hablando con nuestro hijito. Sucede a menudo que los niños al igual que los perros, sirven de "trait d'union", para ligar amistad entre personas desconocidas, que sin ellos, nunca habría empezado. Así supimos que este buen señor iba a Barcelona a comprar corchos, una de las principales industrias de esa región de Es- paña y regresaría a Francia al terminar sus negocios. Por su- puesto no sabía el castellano, fíado en que todos los catalanes hablarían francés. Al llegar a Port-Bou bajamos para cambiar de tren;· antes de seguir viaje había que pasar por la aduana, registro forzoso, temido por todos los viajeros del mundo, dando lugar a alterca- dos muchas veces injustos por ambas partes. rruvimos que re- conocer toda la cortesía española en la manera como nos tra- taron, sin duda juzgándonos incapaces de hacer contrabando. Nuestro amigo encargándose de llevar nuestras maletas nos acompañó en el nuevo tren que bien pronto partió rumbo a Bar- celona. Siguiendo en buena amistad con nuestro hijito, en broma le dij o ser su tío y como Alfredito protestara enérgicamente "tener uno sólo y estar en Lima", éste le aseguró ser "son oncle de Nancy", lugar de donde era efectivamente y con ese apo- do quedó para siempre en nuestros recuerdos de viaje.

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