Mi Manuel

- 237 - ble el lujo y la vanidad de los católicos, sabiamente explota- dos por el clero En un amontonamiento de alhaja-s de uso mundano, exhibi- das en urnas selladas en las paredes, contra la posible codicia de maleantes, allí están acumulados millones, en diademas, co- llares de perlas y brillantes, aretes, sortijas valiosísima:s, con los respectivos nombres de sus donantes para estimular la genero- sidad de los demás. Todo obsequiado a "Notre Dame de Lour- des" en agradecimiento de milagros, "soit-disant" obtenidos. Del techo colgaban estandartes ricamente bordados en oro y ·plata, enviados de países lejanos en testimonio de su fe, igual que en la iglesia de Saint Louis des Invalides de París, lucen los trofeos de Napoleón, guiñapos de sus batallas y triunfos. Luego arriba alrededor de las cuatro paredes, en continuada hilera, corazones de oro de tamaño natural, obsequios representativos del vivo amor de los admiradores de la Virgen María. Con una indecible impresión de asco y desprecio abandona- mos Lourdes, huyendo de ese foco de infección, no queriendo pasar una ~sola noche en ese lugar contaminado con todo el vi- rus de l@s vicios materiales y espirituales de la pobre Huma- nidad. Subimos al tren y al sentirlo arrastrarnos lejos de ese cua- dro de dolor vivo aunque ausente por el momento, besé nervio- samente a mi hijito, dando un profundo suspiro de alivio y vol- ví a contemplar tranquila el paisaje por donde seguía desfilan- do el tren en su continuado rodar. Llegamos a Toulouse: "Toulouse la rouge, Tolouse la ro- maine" ... ·etc. como me repetía Manuel, al recordar los versos de Aurélien Sholl, nativo de ese lugar, al ponderar sus típicas reliquias y su vetusto origen. Al otro día recorrimos la ciudad, interesando mucho a Manuel por estar plagada de vestigios de los antiguos tiempos romanos, donde tenían lugar los juegos olímpicos y combates de fieras con los anfiteatros de sus arenas desde el tiempo de los romanos. De Toulouse guardo un íntimo recuerdo que divirtió mucho a mi hijo, haciendo pasar mal rato a su padre con el inocente juego de apagarle las. luces mientras leía el periódico, interrum- piendo su lectura. Sin dejarnos a obscuras y con sólo darle vuel- ta a la llave se encendía automáticamente la de la cabecera de la cama, apagándose la de la sala. Después de rabiar un rato

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx