Mi Manuel
XX LOURDES Pasados algunos días decidimos ir a Lourdes, para ver de cerca ese famoso lugar, "rendez-vous" de los fervo rosos católi- cos del mundo. Al bajar del tren, no tuvimos más que seguir la calle prin- cipal para llegar directamente a l·a Gruta. Desde ese primer momento se distinguía "l'empreinte'i o sello de r·eligiosidad, marcado en todo lo que nos rodeaba; desde el nombre de sus ca- lles o de los rótulos de las tiendas, cerradas ahora en invierno, siendo sólo en verano "la saison des miracles", como con toda ingenuidad, nos dij o una mujer del pueblo. Como las letanías de la Virgen que rezan sus devotos, enumerando sus virtudes, a.sí se leían escritas las evocaciones laudatorias, puestas en le-- tras de oro en cada almacén donde pasábamos. Ese ambiente de mercantilismo devoto, chabacano y ridículo debía ser un verda- dero suplicio para una alma fervorosa, el ver puestas como "ré- clame" las virtudes de la Reina de los Cielos: su virginidad, su pureza, su hermosura, como .si se tratara de ponderar lo'S atrac- tivos de personas "non sanctas", en una guía de ciertos lugares. Y todo eso con el solo fin de lucro; de vender rosarios, me- dallas, escapularios y estampas de esta. virginidad tan mano- seada y explotada. Manuel lo:s leía con sorna, yo, con vergüen- za, pues aun me quedaba el respeto a esas cre·encias, que yo sabía ser en algunos tan sinceras. Justamente en ese momento recordaba a mi pobre herma- na Marthe que cifraba su última esperanza . eµ venir aquí a
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