Mi Manuel

- 232 - había tenido pretexto para sacar de mis baules, pues en Burdeos fuera de las veces que habíamos ido al teatro, la vida era com- pletamente familiar y sencilla. También Manuel pudo lucir su buen inglés en medio de ellos, yo contentándome con mi fran- cés, aunque la mayor parte de los huéspedes no lo hablaban. Volvimos a emprender largos paseos en los bosques acom- pañados de nuestro nuevo amigo Rey; todas las tardes partía- mos a pie hasta la ·estación de "la Négresse", distante de una legua; reloj en mano, entretenidos en contar el tiempo que echá- bamos en andar los kilómetros, marcados a todo lo largo del camino. Ya no eran los agrestes arenales del Médoc y de la Pointe de Grave; allí eran lindas avenidas asfaltadas en medio del bos- que, separadas de las "allées" de los peatones, muy concurridas por amazonas y ágiles biciclistas en continuas carreras de ir y venir incesante. A ratos nos parábamos de andar para intervenir y separar a nuestros dos compañeritos que como dos gallos se agarraban a trompada limpia. Por supuesto la sangre no llegaba al río ni siquiera asomaba y al minuto otra vez amigos, volvía a reinar la paz, hasta la próxima disputa. La madre del muchacho esta- ba encantada que lo aceptáramos a pasearse con nosotros; le hacían gracia hasta los pleitos entre éllos, para que aprenda "a ser hombre" solía repetir. Insistía mucho la buena señora en creernos ingleses, ase- gurando que teníamos todo el "simpático aspecto" de un matri- monio sajón. Otro de sus afanes era que fuésemos. parientes, pretendien- do parecernos mucho el uno al otro. Esto me halagaba a mí siendo Manuel tan buen mozo y tal vez tuviese algo de razón, pues es científicamente reconocido, que al estar siempre juntos dos que se quieren, se pegan mutuamente sus gestos y actitudes, llegándose a parecer. ¡Ojalá fuese igual de la inteligencia!. .. Ya pensábamos dejar Biarritz para ir a Madrid, cuando lle- garon nuevos huéspedes que nos contaron venir de allá, hu- yendo de una fuerte epidemia de viruelas. Esta mala noticia nos hizo cambiar de itinerario: atravesaríamos todo el Sur de · Francia y dirigiéndonos primero a Barcelona, allí pasaríamos el invierno, para después ir a Madrid.

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