Mi Manuel

- 230 - ciones; pero una noche a la mitad de la comida, pasaron por la calle fervientes admiradores de Zola, vivándolo y gritando con- tra sus opositores. Todos nos . levantamos, abriendo las ventanas para verlos pasar. En ese momento nuestro cura asomándose también y olvidando su pasividad habitual, lanzó un potente: "¡Muera Zola, abajo los judíos! ... Atónitos quedamos todos al escucharlo, pero nadie contestó al reto. Se cerraron las ventanas ' volviendo todos a su sitio y en un completo silencio terminó la comida. Al otro día no apareció en la mesa el fogoso cura; nunca supimos ·si él mismo se retiró de la casa o si intervino Madame Laffue despidiéndolo, por haber querido turbar la paz de la tranquila pensión en un arranque incontenible de fervor católi- co. Una vez más vi que Manuel tenía razón al repetirme siem- pre: -"De la gente de iglesia, no hay que fiar" ... Madame Dagez y su hijita también habían abandonado Soulac, volviendo a Bordeaux, donde vivían durante el invierno en una linda casa construída. por su marido que había sido ar- quitecto y estaba situada en una de las principales avenidas de la ciudad. Para gran placer de nuestros hijos nos volvimos a ver, visi- tándonos y paseándonos juntas, mientras Manuel iba a trabajar a la Biblioteca. Justamente en ese mes de noviembre era la "Grande Fo ir~ de Bordeaux", que todos los años tieRe lugar en la Place des Quinconces. Allí fué el centro de nuestros paseos para admirar las atrayentes maravillas de tan brillante exhibición. Por delante, muy de brazo, iban los dos chicos: -"Avec mon petit mari" , decía ella con mucha gracia e inocencia, al suj etársele para no separarse y perderse en medio de esa mul- titud. Pero a un momento dado, repelidos por un desbordante flujo de gente que nos separó, no los vimos más, siéndonos im- posible encontrarlos; buscamos ansiosamente por todos lo~ la- dos, fué inútil. Sobreponiéndome a mi propia angustia, al ver a mi amiga pálida y nerviosa, temí que se desmayara y la deci- dí a que regresáramos a casa, para cuanto antes avisara Manuel a la policía. Pero yo tenía mucha fe en la sabiduría de mi hijito y en su presencia de espíritu, pensando que sabría preguntar su ca- mino y volver a la casa con su compañera.

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