Mi Manuel

- 228 - pie de los pinos, sembrados en esos arenales. El Gobierno ha gastado millones en transformar en bosques esa árida exten- sión azotada por las tormentas del Océano y ha logrado formar una fuente de riqueza de ellos, extrayendo la resina de esos mis- mos pinos: dan un tajo en el tronco de cada árbol y luego con un alambre sujetan un recipiente de barro cocido, en que va cayendo gota a gota la resina del pobre árbol herido. Es tristí- simo ver en conjunto ese especie de hospital fomentado y explo- tado por el hombre en su eterno afán insaciable de lucro; solos y teniendo el viento por único confidente, siguen padeciendo los pobres árboles durante años, como sangrando hasta morir. Generalmente, las gentes pasan cerca de ellos sin la menor lás- tima; pero Manuel era poeta y panteista por añadidura, sufrien- do en todas las fibras de su corazón, al presenciar aquella lenta agonía. otras veces orientábamos nuestros paseos por la Pointe de Grave, hacia la desembocadura de la Garonne para ver los gi- gantescos esfuerzos del hombre poniendo grandes bloques de cemento para contener el mar en su porfiado intento de invadir el Medoc, cuna de los privilegiados "crus" del lugar: Chateau Margaux, Chateau Laff ite:', etc ., universalmente apreciados. Al volver, los dos muchachos, pues Renée nos acompañaba siempre, venían muertos de hambre lo que Madame Dagez apre- ciaba mucho por estar completamente desganada la chica en su monótona vida, al lado de esa madre siempre llorosa, extra- ñando al esposo muerto pocos meses antes. A todos nos encantaba esa vida de libertad e independencia; Manuel trabajando largas horas frente al mar, recordándole nuestra estada en el Barranco, limitado su horizonte por este nuevo océano, acompañados siempre por nuestro imperecedero y mutuo afecto. Pasada así la vida era una verdadera felicidad y no queríamos ni pensar en que pudiésemos. irnos por acto de nuestra voluntad. Sin embargo las malas noticias supieron alcanzarnos hasta esas lejanías: por carta de Lima, supimos la muerte de Francisco y la de Rosalía la hermana menor de las Antadillas; ella de tifoidea, él de un ataque al corazón, contando apenas 55 años. Poco a poco se iban yendo los veraneantes vecinos de Sou- lac y por eso justamente, tomábamos mayor placer en quedar- .

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