Mi Manuel

- 226 - por, viniendo de Cuba su patria y habernos reconocido. Tam- bién había un joven alemán Mr. Hoff, de 20 años, mandado por sus padres para aprender francés. Era algo notable haber escogido tal lugar para esa clase de estudio, pues sabido es drl gasconeo de los bordeleses y junto con su inevitable acento alemán resultaba un francés jocoso, por no decir ridículo. Nos encontramos tan bien en ese ambiente familiar e inde- pendiente a la vez, que demoramos todo un mes, dejándonos vivir, antes de partir para Soulac, playa vecina en el Medoc que nos habían recomendado desde París. Conocimos Bordeaux: la Place des Quinconces, la rue Sainte Catherine, el Palacio de J us- ticia, donde nos ll evaron a a.sistir a una audiencia de famosos bandidos cuyo juicio se seguía en esos días. Teníamos tarjetas de entrada recomendados por el mismo abogado de la causa, pe- ro siendo muy concurrida la audiencia y faltando asientos, "por favor" me sentaron al lado de los testigos y en mi vida tuve de vecinos tipos de aspecto más terribles. Mr. Laurore que nos acompañaba, nos decía después: -"Pensaba que debía usted temblar, rodeada de esa gente". En París habíamos asistido a una "séance" en la Cámara de Diputados y a la ver·dad mucho más "orageuse" que la de es- tos criminales, donde el que más ruido hacía era el abogado de ellos, golpeando a cada rato su pupitre con su mano, gritando "elocuentemente" para impresionar a los jueces, según se estila . en el medio-día de Francia. Y me olvidaba de mencionar el mejor amigo de Manuel: Monsieur León Lafaix, "Premier prix de litérature au Concours Général". Era su mejor recomendación a los ojos de Manuel, sabiendo de la seriedad de ese examen en que sólo toman parte los alumnos sobresalientes de todos los colegios de Francia reu- niéndose en País, donde tiene lugar el Concurso. Era su veci- no de mesa al otro lado de Manuel y entre los dos se entablaban conversaciones que duraban a veces largos ratos aun después de concluída la comida. Manuel gozaba de oírlo hablar, diciéndo- me que así querría pensase su hijo de grande. A mí, Madame de Fourcauld et Monsienur Laurore eran mis preferidos, por ser los que más cariño le hacían a mi hijito y . por esa buena razón habían conquistado mis simpatías. Al fin nos decidimos ir a Soulac, apartado balneario, cer- ca de la Pointe de Grave. Con gran suerte pudimos alquilar los

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