Mi Manuel

- 223 - nían seis curas alineados, andando pausadamente, conversando entre éllos, bajo la bóveda perfumada de tilos en flor. -"Voy a darte un gusto", me dijo Manuel, al verlos acer carse y antes de que se me ocurriera lo que iba a hacer, lo vi quitarse ceremonio- samente el sombrero en señal del más rendido respeto; todos ellos a una vez como movidos por resorte, le corresponc'ltoron devolviéndole un largo y profundo saludo. Lástima me dieron los pobres, que con tanta buena fe le habían contestado. -"¿Por qué has hecho e'Sto ?': le pregunté yo, con tono de r epro- che. "-Para procurarles un rato de placer, me dijo riéndose, como les da siempre al creer que comulgamos todos con sus creencias" ... Acabé por reírme yo también de la inocente bro- ma, que en suma solo yo? supe no fuese sincera y seguimos nuestro paseo. Al continuar andando constatamos que el lugar era un ver- dadero almácigo rd e curas, pareciendo brotar hasta de debajo de nuestros pies; y qué diferente su actitud en provincias, contras- tando con la que tenían en París, donde ni se atrevían a salir de noche a la calle con sus sotancrn, temi endo ser insultados co- rno nos contaba Obín. Sin embargo al volver a París después de la Gran Guerra es notable un "revirement" muy marcado a favor de ellos, fru- to de su buen comportamiento durante esos años en que pro- baron saber cumular sus debere·s hacia Francia, al mismo tiem- po que los prometidos a Dios, aunque parecen tan opuestos .

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