Mi Manuel

- 222 - mi hijito instintivamente muy agarrado de mi mano y callado, miraba con susto a su alrededor. Manuel por el contrario, contemplaba con mucho interés estos lugares testigos del asesinato de Henri de Guise, pensando en cuantos crímenes más, guardarían sigilosamente y seguiría ignorando la historia. Al salir respiré profurndamente al sentirme fuera de ese acongojante medio, libre de nuevo, viendo el sol y el campo. Volvimos a partir; allí en Blois habíamos encontrado por casualidad un lugar muy cómodo para albergarnos: sin ser un hotel público, ni casa particular, recibían solamente personas de aspecto respetable y donde nos dieron una guía para cada ciu- dad. Ningún letrero avisaba al traseunte y solamente recibían al que fuera portador de una especie de tarjeta de reconocimiento. Al llegar a Tours, fuimos directamente a la dirección indi- cada, era una familia Soyer que nos acogió como si toda la vi- da nos hubiera conocido. La casa de muy buen aspecto limpia y decente, nos agradó más que la a~querosa cama <lel mejor hotel aun cálida del último ocupante de la noche anterior; has- ta el hijito, muchacho de unos catorce años se brindó a pasear- nos la ciudad que en realidad no ofrecía nada notable fuera de lindas avenidas arboladas y sus numerosas imprentas muy católicas por cierto, de las que llevan el sello, las bondioserías del culto católico. A pesar del amable trato, no nos quedamos más de dos días en Tours, ansiosos de seguir nuestra vida errante, cogidos por ese afán de ir adelante, que tan bien conocen los turistas. Yo deseaba visitar Ohatellerault en un recuerdo de cariño a mi madre que había nacido allí. Como bien lo pensaba, ninguna huella encontramos de mis abuelos después de ochenta años de su muerte. Seguimos a Poitiers; allí tampoco no quedaba nada de mis recuerdos de familia, a pesar de haber ejercido allí su profe- sión de médico mi bisabuelo. Antiguas propiedades suyas exis- tían siempre, como me dijeron personas del lugar; pero tenien- do dueños desconocidos, ya no me interesaba visitarlas. Lindos días nos tocaron en Angouléme, paso de nuestro itinerario, al dejar Poitiers. Era realmente atrayente esa tran- quilidad provinciana en ese atardecer semi-luminoso y no sólo nosotros lo apreciábamos, pues desde unos pasos adelante, ve-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx