Mi Manuel

- 220 - Mientras tanto, pensábamos dejar París, Manuel deseando cono- cer Holanda, Dinamarca, todos los países del Norte; yo por el contrario pensando que le sería más útil dirigirnos al Sur, a conocer España, donde podría escribir y batallar al lado de los de su mismo pensar, que eran ya muy numerosos allá. Por lo pronto gané la primera batalla, pues fué convenido que visitaríamos el Sur de Francia deteniéndonos en cada lu- gar que mereciera la pena y fuésemos a Madrid a pasar el in- vierno 1895. Vendimos todos nuestros muebles y fuimos a pa- sar los últimos días de París al Hotel Victoria, Avenue Victoria ' cerca de L' Hotel de Ville. Meses antes, habíamos asistido a una conferencia dada por un primo mío, Ernest Caron de Verneuil que poco después fué elegido alcalde de París. Abogado, agregado al "Tribunal de Commerce", como su padre, ocupaba alta posición; nosotros por el contrario llevando vida modesta y retraída, habríamos parecido querer mereeerle favor. Sólo lo vimos desde la tribuna de donde lo oímos hablar; alto, rubio, de cerca de cincuenta años, le fué simpático a Ma- nuel, pero no quiso que se lo presentara. Me dió pena no dar- me a reconocer y reintegrarme a mi familia que yo había deja- do desde chica; ·sin embargo comprendí la razón de Manuel, pues las gentes aun de la propia familia, se llevan mucho de las apariencias. Mucho me gustaron los últimos días que pasamos en París., pesándonos casi el abandonarlo: ya en. el centro, en medio de esa vida activa tan distinta a la de nuestro tranquilo barrio. En la última noche, Alfredito se cayó de la cama y según los pro- nósticos de la gente supersticiosa, eso quería decir que volvería algún día a este París donde "había sembrado un zapallo" ... Partimos por la Gare d' Orléans; contentos, alegres los tres, con nuestro muchacho ya de cuatro años, sano, fuerte, encan- tados de la vida; ricos de nuestro cariño, tesoro que nadie nos podía quitar. Ibamos a andar el mundo, libres, descansando donde se nos ocurriera, sin más itinerario, que nuestro antojo y deseo del momento. A las pocas horas llegamos a Orléans, donde pasamos la noche. Allí vimos la estatua de la Pucelle d' Orléans, la pobre J eanne d' Are, hoy canonizada, llevada a los altares por los mis- mos curas católicos, que ayer la quemaron como bruja y here-

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