Mi Manuel
- 216 - mos a ver todos. A las diez más o menos, distinguimos a lo lejos las primeras flambantes antorchas, al mismo tiempo que oíamos acercarse los ecos sonoros de la música. En el acto me paré, de- volviéndole el sitio a su dueño; pero con nueva amabilidad me invitó a quedarme en su lugar y a subir a la banca, Manuel que- dó parado delante de mí, al lado de él. Esas bancas son de doble asiento y las gentes de atrás se habían subi~o igual que yo, para ver mejor, cuando de repente oímos una protesta general: una señora joven, delgada, bien vestida, ·de buena presencia, empujando a los ocupantes de atrás se había subido, botando a todos y a pesar de las quejas de los desposeídos. El dueño de mi sitio sin verla, ni siquiera voltear la cabeza ' dij o en tono de broma, aprobando a los demás: -"Debe salir de Saint-Lazare esta malcriada sinvergüenza". . . (Es preciso explicar que la cárcel de Saint-Lazare, equivale a la de Santo Tomás de Lima, donde encierran a las mujeres perdidas). En- tonces la mujer furiosa y en tono muy amenazante se dirigió a mi vecino: -"¡ Repítalo ! . . . ¡ repítalo ! repitió ella misma va- rias veces, y a pesar de que el hombre no chistó ni se movió, ella, en un arranque de rabia, le plantó un tremendo bofetón. En el acto el hombre, ciego de cólera, se volteó y le alargó a ella a su vez, un par de tremendas cachetadas. Antes de que nadie salie- ra del estupor de la dramática escena y en menos tiempo que pongo en escribirlo pasó ante mí en defensa de la mujer un lar- go y afilado estoque, queriendo atravesar la espalda de mi veci- no; pero Manuel más vivo que todos, alargando el brazo, arran- chó el arma de la mano del alevoso asesino, antes de que lo fuera. Espantados quedamos todos; la mujer lívida, como loca se lanzó al suelo y desapareció entre la multitud. Todos habían visto la escena menos el atacado que estaba vuelto de espaldas; le contaron del peligro de que había escapa- do gracias a la viveza de Manuel a quien felicitaron todos. El hombre muy emocionado nos quería llevar a su casa, ofrecién- donos su amistad, Manuel sólo aceptó estrechar la mano que muy agradecida le tendía.
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