Mi Manuel

- 214 - Dios crió, menos pulgas, como lo quiero creer en honor de la buena higiene de París al estar desinfectados .todos los harapos vendidos allí. Aquí son perros de verdad, perros de carne y hue- so que venden; hasta pareciéndonos verlos implorar el cielo con ojos suplicantes para que les deparara un buen amo ... También muy interesantes nos parecieron los museos, aun, que más pequeños que los de París y tal vez por eso me gusta. ron más por darnos mejor idea general un compendio, que una enciclopedia. Habían extrañas reproducciones de animales an- tidiluvianos, fósiles enteramente reconstruídos por supuesto, pe- ro por su tamaño y estructura original, más parecían ideados por la fantasía, que haber nunca existido. Lo mismo una colección completa de esqueletos de monos ' desde los más grandes: el chimpancé, el orangutano, sin olvi- dar el antropoide, el más parecido al hombre, hasta el más pe- queño de los uistitís. Vi a Manuel largo rato recorriendo con la vista la cadena ascendente y descendente de la colección y lue- go llamándome me dij o: -"Mira bien; entre todos estos, está el esqueleto del hombre, dime ¿cuál es?". Por tres veces me equi- voqué en personificarlo, siendo trGs de ellos sólo diferentes del hombre en ínfirnos detalles. Nos dió mucho que pensar de la vanidad del hombre al exa- minarlos detenidamente y yo no quiero repetir aquí las reflexio- nes que nos sugirió la clara constatación de su vano orgullo ... En los museos de pintura pudo Manuel admirar los cuadros de la famosa escuela flamenca que allí abundan y superan en- tre ellos los de Van Dyck y tambi én cuadros de Rembrandt, con sus célebres clarobscuros. En 1891 se había hecho muy popular en Francia el general George Boulanger, aclamado por todos, viendo en él la personi- ficación de la futura revancha contra Alemania, como se lo fi- g·uró hasta el mismo Clémenceau, pero sorpresivamente se sui- cidó. El motivo; un simple enamoramiento romántico: la muer- te de su querida, Marguerite de Bonnemain, tuberculosa. Ente- rrada en Ixelles, suburbió de Bruselas, quisimos conocer su tumba. Un magnífico mausoleo de mármol blanco con su nom- bre y este lacónico y expresivo epitafio: "A bientot Marguerite". Y en efecto, loco de amor, se mató al pie de su tumba y fué en- terrado a su lado, acabando lastimosamente aquél que creyeron llegara a ser el alma de la Revancha en Francia.

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