Mi Manuel

- 211- mo me lo dij o después. Al llegar al Palais Royal, nos sep aramos y nunca los volvimos a ver. Madame Nadal, como buena burguesa, tenía "su día de re- cibo": era los lunes, en que venían a verla sus amjgas, f orman- do alegre reunión. Como a veces resultaban algo monóton as esas tardes, después que terminaban de rajar de las ausentes , como en todos los países del mundo, hacen siempre las buen as ami- gas al reunirse, me pedía que le prestase mi Bebé para entrete- ner con sus gracias a la concurrencia. Al muchacho le encan- taba que se ocupasen de él, y siendo un placer compar tido, lo dejaba ir con la sirvienta para que lo cuidara. A todas atendía él, recibiendo los saludos, con un: -"P as- sez belle dame", muy amable, al mismo tiempo que cedí a el pa- so a una simpática muchacha. -"Yo no sé, decía Man uel, de quien ha aprendido estas cosas". . . -"Pues hijo, le re spondía yo, le vale haber nacido en París, cuna de la cortesía". L o cier- to era que a todos caía en gracia y a mí me encantaba v erlo tan civilizado. Algunas veces Madame Nadal lo convidaba a comer, ad mi- rándose de lo bien que se portaba en la mesa, conversan do con ellos, como persona grande; yo dudaba mucho de tanta f ormali- dad y para convencerme, una noche me hicieron escon der de- trás de una cortina para que él sin verme, yo lo escucha ra. Em- pe.zaron a tomar la sopa y realmente lo vi muy serio tomando su caldo como todos: - "Bébé", le dij o la señora, "commen t trou- ves-tu le bouillon ?" -"Votre bouillon n' est ni chaud ni bon!" ... Una carcajada general, recibió la poca amable conte stación mientras yo, riéndome también salí de mi escondite y le s expli- qué ser la frase textual de una canción que la sirvienta l e había enseñado. Era la pura verdad, aunque tal vez no me cr eyeron, pues es malo meterse con los muchachos, como dice el refrán: "no se debe tentar al diablo" ... Manuel seguía como siempre su vida laboriosa, asistiend o a diferentes cursos de lugares de estudio, aun después de la muer- te de Renan a quien él admiraba y extrañó tanto; yendo ahora a escuchar las lecciones de Filosofía Positiva que dictaba el Pro- fesor Louis Ménard, en el Oollege de France. A Manuel le llegaban continuamente cartas de Lima, rogá n- dole no dejara de publicar en un libro los discursos y o tros es- critos suyos, antes de regresar a Lima. Yo también me uní a

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