Mi Manuel
- 210 - no le mandase dinero para regresar a Lima. Manuel no fué partidario de esa admisión temiendo se prolongara indefini- damente como en efecto sucedió. -"Por quince días no más ' nos repetía él, mientras me llegue dinero de Lima". . . Pero pa- só el tiempo y continuó en casa durante año y medio; dejándos e vivir tranquilamente, sin preocuparse de que fuese un verdade- ro abuso de su parte. Le habíamos alquilado un cuarto amue- blado en casa de la familia Nadal viniendo a almorzar y a co- mer con nosotros; nuestra sirvienta le llevaba temprano el des- ayuno a su cuarto. Lo gracioso era que al verlo tan trigueño en medio de las sábanas blancas, se imaginaba que desteñía, lastimándose de que se manchasen. Trabajo me costó conven- cerla de que a pesar de ser tan obscuro, su pellejo era "tinte firme". Más firme aún, fué su sinvergüencería, pues habiendo re- cibido dinero del Gobierno del Perú, en lugar de regre.sar a Li- ma, ni siquiera nos lo dijo y de nuevo empezó a divertirse. Los dueños de la casa fueron los que nos avisaron de que sólo re,gresaba al amanecer; ya comprendimos y resolví hablar- le francamente. Me confesó, en efecto, haber recibido dinero, pero que más le gustaba vivir en París. Entonces le dij e tuviese a bien ir a vivir por su cuenta, ya que sus medios se lo permi- tían, además, nosotros pensábamos dejar París: -"Justamen- te, a mí también me gusta viajar, me contestó alegremente y los acompañaré" ... Ya me dió rabia tanto empaque y atrevimien- to en querernos seguir, después de fastidiarnos durante tanto tiempo y le dij e claramente que ya no contara con nosotros. Sabiendo de nuestras costumbres, una tarde se hizo el en- contradizo en el Jardín de las Tullerías y se nos presentó con una muchacha, diciéndonos ser su novia. Se llamaba Blanche Pasquette, iba acompañada de su madre, una infeliz coja, que apenas podía andar. Bastante bonita era la muchacha y dicién- donos parecerse mucho a Julia Fuller, una niña de Lima, muy simpática que decía él gustarle mucho. Al emprender nuestro regreso a casa para tomar el ómnibus, formamos un raro cor- tejo: yo por delante, con mi Bebé de la mano, después Ulloa de brazo con su novia y atrás cerrando la marcha Manuel con la coja, recibiendo a ratos tremendos encontrones, pues al andar formaba zigzags recalando sobre él, yendo muy fastidiado, co-
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