Mi Manuel

- 209 - También íbamos a los "Campos Eliseos" los viernes a oír la afamada banda de "la Garde Républicaine" que amenizaba la tarde, mientras los muchachos alquilando burros, vistosa- mente enjaezados, se paseaban por los jardines, no menos sa- tisfechos que Jesucristo, triunfalmente montado, al entrar a Je- rusalem. El favorito de mi Bebé se llamaba Francois -"Como ~ ' mi tío" repetía él orgulloso, considerando ser un honor para la familia, que el burro tuviese el mismo nombre que su tío Fran- cisco. A mediados de 1893 llegó a París Luis Ulloa, antiguo amigo nuestro desde Lima, quien a pesar de ser de la Unión Nacional o tal vez por lo mismo, había sido nombrado secretario del Cón- sul del Perú en Amberes. No nos pareció muy correcto su acep- tación de servir al Gobierno, pero esas debilidades son tan fre- cuentes en política que ya nadie se extraña de ellas. Avisados por cartas de Lima, esperábamos su visita y días antes yo le había advertido a nuestro Bebé, sabiendo lo terribles que son los muchachos, que no fuese a decirle "a l' ami Ulloa" que tenía nariz grande, pues era descomunal. La entrevista fué muy cordial, hasta que Ulloa sentándose lo tomó sobre sus rodi- llas. Ya el muchacho tomando más confianza lo examinó de- tenidamente y recordando sin duda mis advertencias: -"Ami Ulloa, ton n ez, est tout petit !" Ulloa se sorprendió y riéndose le contestó: -"Caramba, ¿cómo lo quieres entonces?" -"C' est que maman m' a défendu de te dire qu 'il est grand!" Ante tanta franqueza, ya no cabía disculpa, nos contentamos con reirnos todos, Ulloa el primero, yo prometiéndome para otra vez, no to- mar iniciativas ... En lugar de seguir viaje a Amberes, Ulloa prefirió quedar- se en París, a divertirse mientras le durara el dinero que le ha- bían dado en Lima. Quince días después, ya sin un centavo, escribió a su Cónsul, pidiéndole dinero y avisándole de su pró- xima llegada. Pero a éste no le agradó, escribiéndole por el con- trario, que no lo necesitaba y se quedara en París. En muy tris- te situación se encontró entonces nuestro amigo: sin dinero, sin saber el idioma y sin ningún apoyo, hasta lloroso, vino muy humildemente a pedirle a Manuel lo socorriese. Era en efecto muy precario su estado y hubo que atenderle ; pero en vista que se repetían muy a menudo· sus petitorias, yo pensé fuese ~ás conveniente tomarlo en casa y mantenerlo mientras el gobier-

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