Mi Manuel

- 208 - eran fresas que el niño había comido y de las que se había in- terrumpido la digestión, al dar vueltas en el carrusel y las ha- bía devuelto. Despierto, el muchacho nos miraba sorprendido, sin com· prender el por qué de nuestra alegría, cuando él estaba tan fas- tidiado, sucio con su vómito. Lo lavamos, lo mudamos pu- diendo ya tranquilo seguir durmiendo. Ya no volví a sub ir a los caballitos, yo también me contenté con mirarlos de lej os y pensar que había sido castigada por querer gozar de un p lacer que ya no era para mi edad. Lo mejor que tenía mi hijito era su pelo; rubio, color de oro, siendo mi mayor placer encrespárselo todas las noch es y lucir los hermosos bucles, que a los tres años le llegaban h asta la cintura. Así está retratado a esa edad, con su aro en la ma- no; su cuello .de "guipure" destacándose sobre el fondo obs curo ' de su vestido de terciopelo azul. El "Ohamp de Mars" era un o de nuestros paseos predilectos por su cercanía a nuestra casa y las innumerables distracciones que nos ofrecía; partía el much acho provisto de su baldecito y de su pala de madera para lle narlo de arena, feliz, encantado de la vida. Allí se pasaba horas ente- ras haciendo "des patés" en contrapunteo con otros mucha chos, furiosos, cuando algún paseante distraído, se los destru ía al pisarlos. Hasta las personas grandes se entretenían en mir arlos en esa importante l~or y un día un capitán con su señora senta- dos en la misma banca a mi lado, me preguntaron porqué l e de- jaba crecer así el pelo tan largo. Por humorada, burlándom e de ellos, se me ocurrió decirles que siendo mi pelo del mismo co- lor, al envejecer, yo lo emplearía para reemplazar el mío: -"Pour effacer des ans, l' irréparable outrage ! ... " como dice el célebre verso de Racine, en su tragedia J ézabel, agregué rién- dome. Muy escandalizados quedaron al oírme juzgando s er el colmo de la presunción irme preparando esa reserva pa ra el porvenir. Por supuesto era un chiste mío, pues cuando lo nece- sitaría, ya mi pelo habría cambiado de color y no me seryiría; pero son así de necias las gentes, tomando en serio una si mple broma. A veces los inocentes entretenimientos de los chicos aca - baban en serias batallas, en que llovían los palazos en las cabe- zas, teniendo que intervenir las mamás, separándolos; cinco mi- nutos después, reinaba otra vez la armonía. ·

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx