Mi Manuel

- 205 - decía Manuel, que sea necesario levantarse tan temprano, me gustaría repetir el paseo". De Lima, habíamos traído un pequeño encargo para los se- ñores Regy, de parte de un tío de ellos, el señor T. Bert, profe- sor de francés. Vivían justamente en nuestro barrio, rue de J avel. Eran dos hermanos, Armand y Sylla, dos artistas en su género, pues tallaban a mano modelos de madera para ser fun- didos en acero. Tenían un gran taller en casa propia, viviendo en buena holgura. Se hicieron nuestros amigos, simpatizando con Manuel, haciéndole conocer amigos suyos, hombres muy dados a la política, de ideas muy avanzadas, batallando en el partido radical. Uno de ellos Gaston da Costa, antiguo comunis-. ta, que había hecho ·tus primeras armas cuando contaba ape- nas veinte años·, siendo secretario del célebre Raoul Rigault, el jefe de la Comuna en 1871. Aun con gran entusiasmo, hablaba con pasión de los hombres de aquel tiempo. Manuel lo escucha- ba con mucho interés, juzgando que no se les podía negar buena fe y honradez, que tanta falta hace generalmente a los políticos de ahora. También en casa de ellos conocimos a las hijas de Emile Eudes, célebre combatiente de la Comuna que todos recordaban con respeto. Clovis Rugue, diputado, Edmond Lepellelier uno de los redactores de "l' Echo de París", eran íntimos de la casa. Manuel seguía yendo au College de France, a la Sorbonne o a la Biblioteca Nacional, donde lo íbamos a alcanzar, bebé y yo, luego quedándonos a comer en algún restaurant del centro. Uno de mis grandes deseos al estar en París, era que Ma- nuel conociese a Sarah Bernhard, la célebre artista que yo ha- bía visto en Lima en 1886.. Mucho me había impresionado en- tonces el gran talento de la "divine Sarah' ', como la titulaban y pena me daba que Manuel no la viese, pues por la gravedad de su madre, no había podido asistir junto con nosotros, a sus triunfos en Lima. No estaba ella en París en aquellos tiempos, haciendo con- tinuas giras por el extranjero solicitada y aclamada por el mundo entero. Con gran placer leyó Manuel en los periódicos su paso por París, anunciando que iba a dar una sola función, proponiéndonos no dejarla de ver. Efectivamente daría Phedre, tragedia de Racine, casualmen- te una de las mismas piezas en que yo la había visto en Lima.

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