Mi Manuel

- 201- re! ... " y yo, que nada le sabía negar a mi hijo, un día me sen- té en un banquito y le abandoné mi cabeza. Aquello fué horro- roso: empezó por enredarse los pies en mi pelo cayéndose y dándome terribles jalones, luego levantándolo en alto, lo jun- taba en su mano, pretendiendo sujetarlo con orquillas y peine- tas. Hasta que Manuel espantado intervino, salvando mi pobre cabeza de tanto zarandeo. En Francia, país de las canciones, todas las mamás les cantan a sus hijos, sea para entretener o adormecerlos. A mi hi- jito mucho le gustaba oírme cantar y yo aguzaba mis viejos recuerdos de infancia para agradarle. Las más eran en francés pero también alternaban algunas en castellano entre ellas el Himno Nacional. Aunque no entendía las palabras, parecía te- ner especial simpatía por la tonada: -"Ohante-moi la chanson des veaux", me repetía con insistencia y ya sabía yo que era la canción Nacional donde las palabras "que la patria al Eterno elevó" traducía él sencillamente por "la canción de los terne- ros". Manuel al oírlo, sonriéndose me decía despacio: -"¡Nos f ... undió !" ... Ya que mi hijito no tenía hermanos y gustaba estar siem- pre acompañado, le compré un gran muñeco "incassable", cua- lidad indispensable para lidiar con semejante hermano y resis- tir los golpes que ·se le antojara darle. Colás se llamaba en recuerdo a la canción de "Colas mon petit frere". Era de su mismo tamaño y se le vestía con su mis- ma ropa. Oolás presidía' en el cuarto de juguetes, allí la sirvienta to- dos los días lo instalaba en su cómodo sillón de esterilla, donde se quedaba hasta que llegara mi Bebé y de un jalón lo aven- tara lejos. Nunca tuvo ternezas para él, al igual que tienen las chicas por sus muñecas, al contrario era su "souffre-douleur", desaho- gando siempre sus rabietas contra el inocente Colás. Un día, hasta lo aventó por la ventana para la calle y al verlo caer, algunos transeuntes, creyendo qu@ era una criatura, dieron de gritos lo alzaron y luego riéndose de su equivocación, se lo en- tregaron a la portera. Justamente nuestra portera tenía una linda hijita de tres años, Emilienne, rubia, de pelo ensortijado y tamaños ojos azu- les; preciosa era la chica y se moría por venir a jugar con mi

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