Mi Manuel
- 200 - soldados fuesen de plomo o de palo pintado. Hubo que sostener una verdadera lucha con él, pues vivísimo y como con cierta malicia, no bi 1 .m cogido un objeto ya estaba ardiendo. Esto nos hacía recordar las parecidas escenas con un inglesito de dos años, a bordo del Orinoco, al venir a Francia; todo lo tiraba al mar: ya la .larga vista o el tabaco y la cachimba de su padre los zapatos de su mamá, libros, cuanto podía atrapar para gra~ diversión de los demás pasajeros. Los padres furiosos no se atrevían a pegarle delante de todos, no sabiendo ya que hacer optaron por no subir más al puente. Mi bebé a los tres años era gran andarín y le encantaba .a Manuel salir con él a pasear. Le había inspirado odio a la policía y gozaba cuando algún "flic" pasaba cerca de ellos y queriendo merecer la buena voluntad del muchacho con una amable son- risa, éste huía de él, manifestándole miedo y la mayor anti- patía. Creo que instintivamente no llevaba bien a los curas, pues muy pequeño, apenas de diez y ocho meses, estando en el "batean parisién", "La Mouche", en brazos de su ama, alargó el bracito y le pegó un manotón a un cura que pasaba delante de él. -"Pourquoi me frappez-vous ?" le dij o el cura volteándose muy irritado. -"Señor, le contesté yo con mucha cortesía: ¡Vea la edad del niño!" Nada contestó el interpelado, pero Manuel que estaba a mi lado y había presenciado también la escena, se aga- chó a mi oído y me dij o riéndose: -"Reconozco que es mi hi- jo ... al menos merece serlo!" ... Cerca de casa, a pocas cua- dras quedaba el Sena y era el lugar predilecto de nuestros anda- res. Todo para él era motivo de preguntas a las que Manuel le contestaba dándole explicaciones. Al ver los grandes buques que desfilaban a lo largo del río, Manuel le dij o que habían aún mucho más grandes, de guerra, blindados de acero, a los que no entraban las balas de cañón. El muy atento escuchaba parecien- do entender hasta que interrumpiéndolo le dij o muy seriamente: -"Dime, ¿y esas balas de cañón atravesarían tu pellejo?" -"¡Imbécil!" fué la única contestación de Manuel, ante tanta incongruencia y cesó sus sabias explicaciones. Mi Bebé al ver a su padre peinarme todos los días, pues desde que nos casamos Manuel conservaba esa misma costum- bre, quiso él también imitarlo y para que lo dejara, me decía con tono. muy mimoso:- "Je te peignerai en reine, petite me-
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