Mi Manuel

XVI MI BEBE Desde antes que naciera mi hijito, Manuel me había com- prado un libro ':L'Hygiene de l ' Enfance" publicado por médi- cos especialistas; yo seguía fi elmente todas sus enseñanzas, dándome muy buenos resultados. Manuel solía decir que los pri- meros imbéciles con quienes trop ezamos en la vida, son nuestros propios padres y es r ealmente una gran verdad, triste es decirlo, puesto que de ellos depende toda la primera orientación de nues- tra vida. Generalmente el orgullo de las mél!dres es que anden cuan- to antes sus hijos; yo por el contrario no lo deseaba, sabiendo que se les tuerce las piernas y quedan deformadas para siempre. Es admirable asistir al desarrollo de un niño y constatar cada día sus progresos; el inaudito esfuerzo que le cuesta si- quiera pararse: veíamos a nuestro hijo hacer pruebas de equi- librio, volviéndose a caer e incansable hasta que coronaba de un sonoro ¡ah!. . . de satisfacción su pequeño triunfo. · Poco después andaba agarrándose de las sillas, hasta que al otro día de cumplir trece meses pudo andar solo y sin caerse. Ya desde ese día toda la casa fué suya, exigiendo que le abriesen todas las puertas no quedándole un rincón sin escudriñar. Lo peor fué que al volver el invierno y encenderse las chi- meneas, Bebé quiso él también, ayudar a mantener el fu ego. Viendo que echaban leña, él también nos imitaba, encontrando un nuevo entretenimiento en quemar cuanto alcanzaba su ma- no. Sus pobres juguetes fueron sus primeras víctimas y mucho le divertía ver las llamas de lindos colores que producían sus

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