Mi Manuel

-196 - obtenido todos los permisos legales para volverse a casar con la señorita Jesús Masías, de la que se había enamorado locamen- te a los 50 años. Parece que sólo la friolera de 50,000 soles, le costó al erario, lograr vencer los obstáculos que lo separaban de su linda novia, según el mismo Obín nos contó, al venirnos a ver. Mucho le llamó la atención a Monseñor Obín aquel cuadro del joven Nadal y lo miró largamente sin decir nada. Manuel por mozonada, le dij o ser obra de un gran artista y tener mu- cho mérito. Obín no protestó aunque algo aturdido y callado lo siguió contemplando largo rato. Como después yo le reprochara a Manuel la broma hecha a su amigo: -"Bien se le puede en- gañar a los curas, me replicó él, pues bastante nos lo hacen con sus dogmas y artículos de fe en que ni ellos mismos creen: nun- ca llegaremos a su altura, en el arte de engañifar" ... Pasados algunos días, después del 14 de julio, vino otra vez a vernos el señor Obín, mostrándose muy escandalizado contra la "Sociedad francesa": -"Es una vergüenza, te digo Manuel, he visto hasta marquesas .seguramente, bailando en la calle con todos los que pasaban" ... Trabajo nos costó convencerlo de que había tomado por "gente bien" a simples modistillas, obreras, muchachas del pueblo, vestidas con ese chic especial de París, divertiéndose y bailando libremente con los transeuntes. A Manuel, tan ávido de conocer todo lo notable de París, le interesaba ver personalmente a sus celebridades tanto literarias como políticas; pero no quería hacer como muchos americanos del Sur, que al venir a París, se presentaban a casa de ellos, co- mo se va al Jardín de Plantas a conocer animales raros. Había leído, además, que a muchos los engañaban, tomándoles el pelo, como contaba Víctor Rugo, haciéndose reemplazar por su se- cretario o por algún sirviente suyo. Al leer los periódicos Manuel se fijaba y anotaba las con- ferencias o reuniones públicas en que los podía ver y oír, sin molestar a ninguno. Así en f893, cuando murió el célebre escritor Guy de Mau- passant, quise yo también acompañar a Manuel a su entierro, no sólo como tributo al ilustre literato de mi mayor simpatía, sino para conocer las grandes celebridades que iban a hablar delante·de su tumba; entre ellos Emile Zola, junto al que estuvi-

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