Mi Manuel
-194- rascon, hacía alarde de su saber, que casi siempre sacaba de su fértil imaginación. Manuel era un auditor ideal para él, es- cuchándolo callado, sin jamás contradecirlo, aunque en sus adentros se r eía bastante de él. Era un tipo original: empleado en la Compañía de los fe- rrocarriles "París, Lyon, Méditerranée", tenía el derecho de via- jar gratis en los trenes, 1 durante sus vacaciones. Su mayor afán era ir solo a gozar de esa libertad: sin llevar "equipaje", como decía por su familia. Por el contrario, los demás querían acom- pañarlo y todos los años, un mes antes, era el contínuo tema de sus discusiones maritales. Presencié una de ellas, haciéndome la impresión de vivir un capítulo del eminente novelista Emile Zola. El sentado en el comedor, quería por la centésima vez con- vencer a su mujer de dejarlo ir solo, insistiendo, tomando acti- tudes deprimidas, tono lacrimoso y repetía con ese gasconeo pe- culiar a los del mediodía de Francia : -"¿Crees tú que yo me voy a divertir allá? ... Voy a ir a llorar sobre la tumba de mis pobres padres". . . Y al finalizar la frase quebraba la voz, pro- rrumpiendo casi en sollozos. La pobre mujer, algo inocentona lo creía y convencida siempre lo dejaba partir solo; mientras tanto sabíamos por su paisano y amigo el doctor Queysac, que sus peregrinaciones al t erruño, no tenían nada :de tristes ni san- tas; por el contrario, yendo a divertirse en la época de las ven- dimias y a jaranear, para lo que lo estorbarían mucho su mu- jer e hijos. Ella era la rica, habiendo traído al matrimonio la gran casa de cinco pisos de la que habitábamos el primero; otra pe.. queña con su gran jardín y varios pabellones con sus respecti- vas dependencias. Pero él, muy avaro , la había acostumbrado a ahorrar y le predicaba la economía como base de la vida. Cuan- do ella quería comprar algún vestido él le contestaba escan- diendo las palabras: -"Et-du-pain ?". . . quitándole con esa sola advertencia las ganas de volverle a pedir. Esto nos lo con- tó nuestro común amigo el doctor Queysac, muy mordaz y bur- lón, aunque no muy leal con sus amigos. Una vez mi bebé ya grande teniendo las orejas, y la lengua demasiado agudas, lo re- medó en su cara, al oírla pedirle dinero. El muchacho se les pa- ró por delante e imitándole la voz repetía: -"Et-du-pain ?,' ... Yo muy fastidiada me hice la desentendida, mientras marido y
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