Mi Manuel

-193 - El segundo hijo Albert, acababa de cumplir ocho años y - a pesar de su gran diferencia de edad, no desdeñaba ser amigo de nuestro hijito, viniendo a jugar con él y en ser su fiel co- mensal cada diez y seis del n::ies. Su amistad tal vez, no era del todo gesinteresada, pues en nuestro afán ,de complacer a nues- tro hijito, le comprábamos muchos juguetes y el muchachón grandote se entretenía con ellos y sobre todo en rompérselos; pero a nuestro bebé no le importaba que su polichinela no tuvie- se más que un brazo o su caballo sólo tres patas, mucho más le distraía tener a su lado un compañero vivo, de carne y hueso con quien conversar y jugar. Los jueves no tenía colegio el muchacho y casi siempre ve- nía a pasarlos en casa o en verano, íbamos todos a pasear por los alrededores de París. Partíamos temprano, llevando fiam- bre; todo cabía en el cochecito del niño. Tomábamos "F Hiron- delle des Bateaux Parisiens" que recorriendo las orillas del Sena nos llevaba a los bosques que la familia Nadal conocía, llegan- do para la hora ·de almorzar. A veces encontrábamos mesas rús- ticas y sillas, a falta de ellas nos instalábamos en el suelo, a comer en "pique-nique" novedad que nos divertía, pero que Ma- nuel aborrecía. Entonces todos juntábamos piedras para formar- le un asiento y provi!sto al final de agua y jabón, podía lavarse lap. manos, satisfaciendo .sus inveteradas costumbres de aseo. De-spués nos paseábamos, recogiendo flores y frutas_ silvestres más perfumadas y sabrosas que las cultivadas y que tanto abundan en esos bosques de Francia. A esas, horas, yo me volvía la chi- quilla de mis años de infancia, regocijada al encontrar violetas, fresas y "champignons" pero que ahora no me atrevía a juntar temiendo fuesen venenosos. A Manuel también le gustaban esos paseos, recordándole escenas descritas por escritores franceses Y admirando sus bosques frondosos que constituyen una de las riquezas de Francia. Mucho bien le hacía a nuestro hijito ese aire del campo, además de agradarle verse festeja•do y acariciado por todos. Al atardecer volvíamos a París, cansados y contentos haciendo pla- nes para el próximo jueves: "si no llueve", siempre al condicio- nal por supuesto, todo allá dependiendo del tiempo. A veces Monsieur Nadal nos acompañaba y acaparaba a Manuel, queriendo "l' épater" con su erudición, pues como buen meridional, todos éllos algo emparentados con Tartarin de Ta-

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