Mi Manuel

-192 - pocos minutos que me parecieron siglos, empezó de nuevo a respirar y a volverle los colores a las mejillas; luego abriendo los ojos, miró con cierta extrañeza a su alrededor -"Bonj our mon Bébé !" le dij o el doctor; lo reconoció y una ancha sonrisa se dibujó en sus labios, pues eran muy buenos amigos. -"Ya está bien su hijito, todo peligro ha pasado ... agregó, han sido convulsiones" y abriéndole la boca constató que tres muelas le habían salido ' juntas. -"Tenía usted razón el otro día, sus ojos de madre vieron mejor que los míos con toda su ciencia". Y to- mando al niño en sus brazos, lo besó con todo cariño. Tranquilo se despi·dió, recibiendo complacido nuestras efusivas muestras de agradecimiento. Una hora después, nuestro hijito jugaba en medio de sus juguetes, tranquilo como si nada le hubiera pasado, afanado en darle de comer a su carnero que porfiado no abría la boca. Todo parecía haber sido una pesadilla. Felices nos sentíamos Manuel y yo, extremándole nuestras caricias al pobrecito, como agra- deciéndole que no nos hubiese abandonado. Cuando cumplió diez y ocho meses, mi hijito, el doctor me autorizó a darle huevos pasados: le encantaron y como a un ri- to casi religioso, asistía él, a los preparativos de abrirlo, para después saborearlo con sus "mouillettes. de pain"; luego voltea- ba el cascarón vacío en .la huevera y ofreciéndola a su papá, le decía con aparente mimo inocente: -"Petit papa, veux-tu man- ger un oeuf ?". . . Por supuesto, Manuel aceptaba invariable- mente y con la cucharita rompía la cáscara. El muchacho se- guía sus movimientos hasta ver la gran sorpresa simulada de Manuel, al encontrar el huevo vacío. -"Accrapé!" ... exclama- ba entonces, batiendo palmas ante el éxito de su pegata, que repetía todos los días. -"¡Para éste, yo soy un perfecto imbé- cil! ... , -me decía Manuel riéndose,- "al creer que todos los días me la pega". Habíamos hecho amistad con los dueños de la casa, la fa- milia Nadal, que constaba del marido, la señora, su cuñada, her- mana de él y dos hijos. El mayor de ellos, Monsieur Edouard tenía veinte años; enfermo epiléptico, por lo que había tenido que interrumpir sus estudios; era el continuo tormento de su familia, pues a menudo le daban ataques y en esos momentos corrían todos para atenderle, temiendo se golpease al caer.

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