Mi Manuel
-190- casrno añadía, el único regalo que en la vida rne hizo mi padri- no, el General Machuca, fué una caja ide música ¡ya supones cuanto se lo agradecería!" ... Ya convencida de que el frío no le hacía rnal a mi hijito fuí yo la rnás afanada en sacarlo todos los días a pasear, en bra~ zos de su arna seca los primeros meses y luego en un coche co- rno se acostumbraba en París. A esas. salidas no nos acomp~ña ba Manuel; él por las tardes partía a la Sorbonne o al "CoUege de France" a oír las sabias lecciones de sus grandes profesores. A su regreso, eran para él todas las caricias del muchacho que cerrando los ojitos al sentir el cosquilleo 1 de sus bigotes, abría tamaña boca, sin duda para tornar resuello. Una mañana se rne presentó Manuel sin patillas, pues se le había ocurrido hacérselas cortar sin avisarme. Muy raro me pareció a primera vista y al acercarse para besarme, mi primer impulso fué alejarlo con las manos, rechazándolo: -"Me pare- ces otro le dij e y si te beso, creeré serte infiel" . El riéndose insis- tió: --"¡Por esta vez, te lo perdonaré, pero rne parecía. ridícu- lo pasear rnis pa.tiIIas en París, pues aquí nadie usa". Tenía ra- zón, sólo era un rezago de moda española; a los pocos días me acostumbré. Constantemente recibíamos de Lima cartas de sus tíos re- clamando nuevo retrato del sobrino, hasta que un día nos deci- dimos a complacerlos y lo llevarnos donde el fotógrafo. Pero ya no era el paquetito manuable de la otra vez a las ocho semanas, ahora con sus nueve meses había que contar con su voluntad. Por nada quiso estar quieto, hasta que a Manuel se le ocurrió plantarle sus anteojos en la nariz, como a veces lo hacía jugan- do con él y tenía el donde de petrificarlo. Muy buen efecto sur- tió el estratagema y salió muy bien; fué el que más nos gustó. Cumplió cuatro meses con cuatro dientes y así sucesiva- mente hasta cumplir un año en que ya contaba doce sin haber tenido ningún percance de esos que sufren los niños. Ese día, primer aniversario, fué de gran fiesta para él y para nosotros. Le compré un lindo carnero casi de tamaño natural que balaba al rnovérsele la cabeza : -"Bé, bé" ... y al oírlo salta- ba el muchacho de placer pareciéndole que lo llamaba. Ese mismo día le dí su primera rnazarnorra y fué para él toda una sorpresa probar el nuevo bocado. Era de harina lactea- da Nestlé. Sentado en su silla alta, con su servilleta amarrada
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