Mi Manuel
-189 - Esos primeros fríos de Otoño son muy traidores y por no estar aclimatado, sin duda le hicieron daño a Manuel. Cayó a la cama con malestar general, sin llegarlo a localizar. Llamado el médico, el doctor Queysac, recomendado y amigo de los dueños de la casa, no supo diagnosticar el mal. Pasaba el tiempo y Ma- nuel no mejoraba: con fiebre alta, muy decaído y sin dormir. Yo muy asustada e imposibilitada ·en la cama, le pedí al doctor nos trasladaran a una clínica para atenderle mejor. -"Antes de esto, me dij o voy a reunirme aquí con un compañero mío en una consulta". Así lo hizo y en el acto el otro comprendió de que se trataba: con un baño caliente y unas pastillas, Manuel pudo dormir. Tres días después sin fiebre y repuesto, se pudo levan- tar. Por supuesto en adelante quedó eliminado el doctor Quey- sac, quedando sólo el doctor Albert le Guellaud ya médico nuestro. Mi hijito seguía pe.rfectamente; pero yo nerviosa, recelosa del frío, no me atrevía a sacarlo a la calle; el médico intervino para obligarme a hacerlo. El día que cumplió ocho semanas, sa- lió por primera vez a la calle y lo llevamos a retratar. Recuer- do que su cabecita aun se bamboleaba de un lado a otro y para fijarla en el cojín, el fotógrafo formó primero un hoyo con su puño y luego la hundió adentro para que se sostuviera derecha. Pasaron muchos años y siempre que mirábamos Manuel y yo este primer retrato de nuestro hijito, recordábamos el gesto de este hombre para anclarle la cabeza; raro fenómeno de nues- tra memoria, en que se graban tan nimios detalles. Cada 16 del mes, celebrábamos "sa petite fete": ese día to- mábamos champagne en honor del nuevo triunfo cronológico. Convidábamos a la mere Maynard y a su sobrino George Sou- birou, "primera flauta de su regimiento". El armonizaba la fies- ta tocando en su honor una pieza de su repertorio. Parecía agra- darle al muchacho, pues callado lo escuchaba, sin comprender, cómo podían salir sonidos tan lindos de un simple tubo de ma- dera; luego alargaba las manos para cogerla y se ponía furioso de que no se la diesen. -"Parece gustarle la música", constata- ba el ejecutante envanecido, sin duda •de su éxito, a lo que yo aprobaba, pensando en mis adentros, en lo poco parecido enton- ces a su padre, pues por una anomalía incomprensible, Manuel de tan eximio oído poético, en música no distinguía una nota de otra: -"Para mí, me decía, toda música es ruido y con sar-
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