Mi Manuel
-188 - A esa altura no ·nos llegaban los ruidos de la Tierra s 'l una insoportable orquesta trataba de superar las armoní~s ~ ~ viento, luchando ambas para dominarse mutuamente. e Ta:r;nbién nos atrajo el dorado "Dome des Invalides" que al atardecer veíamos brillar como oro en fusión, al reflejarse en él los últimos rayos del sol. Frente a "l'Esplanade" se destaca la hermosa cúpula de la capilla, en cuya cripta están depositados los restos de Napoleón. De las paredes y idel techo de esa capÚla "Saint Louis", cuel- gan banderas tomadas al enemigo: idespoj os, trofeos de muerte representan esas reliquias que perpetúan la ·gloria del Empera~ dor. A Manuel no le agradaba la figura de Napoleón que clasi- ficaba de "tirano"; pero la Historia se impone: Todo allí hablaba de él, desde los objetos de su uso personal, hasta él mismo, ya muerto, impotente. Al ir una noche a ver "Les Fontaines. Lumineuses" uno de los últimos rezagos de la Exposición de 1889, cogí un fuerte resfrío que me tuvo ocho días en cama. Manuel, sin quere,r de- jarme sola, se entretenía a mi lado leyendo los periódicos fran- ceses, interesándose por la política, siguiendo de cerca la lucha de esas ideas, tan suyas. también. De Lima ya nos llegaban noticias : Gamarra era el más fiel en escribirnos, contándonos los "tumbos" que daban algunos amigos de la Unión Nacional, queriendo plegarse a otros par- tidos. A Manuel no le sorprendió; no en vano había nacido y vivido toda su vida en Lima, para conocer la veleidad del carác- ter de sus gentes. Ya había pasado el verano y contaba yo los días en que se acercaba para mí un gran acontecimiento: De un momento a otro esperaba la llegada de mi tercer bebé. Todo estaba prepara- do para recibirlo-y el 16 de octubre a las nueve de la noche lle- gaba al mundo el ansiado niño. Me pareció igualito a sus ant.e- riores hermanos, haciéndome la ilusión de ser los dos juntos que renacían a la vez. Al otro día fué Manuel a declararlo a la Mairie du XV 9 • Arrondissement, que era el nuestro. Julio Alfredo, le pusimos en recuerdo a mi padre, que así se llamaba. Con que ternura toma- mos en nuestros brazos ese pequeño ser, que completaba por fin la felicidad de nuestra unión, esperanzados en que no tuviera la mala suerte de los anteriores.
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