Mi Manuel

-12- Y sucedió, lo que yo no esperaba; vino mi tío, sin duda a buscar algo que se le había olvidado y me encontró en lo mejor de la fumada. -"¡Oh! chica, te vas a enfermar!" ... -"No tío, ya estoy acostumbrada". . . Mi contestación fué lo que más le sorprendió y riéndose regresó al comedor a contar lo que ha- bía visto y oído. Por supuesto suscitó escándalo; sólo a mi papá y a mi tío, les hizo gracia. Mi tía riñó mucho a su hermano al saber que él mismo había fomentado tan "fea" costumbre- y desde ese día fueron suprimidos los ricos "patos" de cognac y las pitadas de cigarrillos. Lo siento; hasta ahora no me desagradaría saber fumar, puesto que según la canción: "La mujer que fuma vale por dos" ... Los domingos mamá nos llevaba a la "Grand-Messe" de nuestra iglesia parroquial de Vilnoy, distante de casa algunos kilómetros; mi papá incrédulo empedernido, nunca nos acompa- ñaba. Ibamos ·en nuestro coche tirado por Zizine, nuestra ye- gua favorita, que después se yolvió ciega, la pobre. Esa misa de los domingos, era para mí un verdadero paseo y desde temprano motivo de grandes preparativos. Recuerdo entre otros, cierto traje de seda celeste, que me ponían con ca- nesú de muselina blanca; completaba la toillette un collar de cristal tallado con facetas, que yo admiraba mucho en el espe- jo, desde que me lo ponían. No sé 1 si era sólo el collar o si tam- bién mi personita era ya el objeto de mi satisfacción. En la iglesia, ocupábamos en el coro nuestros asientos pro- pios, alquilados al año y desde nuestra llegada el "Suizo", ese policía especial, encargado de guardar el orden en la iglesia, me impresionaba mucho: con su gran sombrero de picos con plumas blancas, su frac rojo bordado de plata, calzón corto, me- dias de seda blanca, zapatos con hebillas y su gran espada colgándole atrás; me inspiraba mucho respeto verlo andar pau- sadamente en medio del silencio que sólo él interrumpía dando golpes en el suelo, con su gran bastón dorado. Antes de que empezara la misa yo veía desde mi asiento, llegar y entrar a la sacristía, la sabrosa "brioche" costeada por turno por las familias pudientes; llevada en un gran azafate por dos portadores para ser bendecida por el cura antes de la

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