Mi Manuel
- 178 - vincianos, pues era de rrruj illo, nos ofreció un banquete de des- pedida en su residencia de Miraflores.. Ya nos ligaba una estre- cha amistad con su familia; hasta me habían escogido de ma- drina de ·su última hijita Sofía, acompañándome de padrino su amigo José Ignacio Chopitea, paisano suyo. De trato fino y distinguido, mis compadres nos colmaban de atenciones, haciéndonos saborear a menudo los ricos pro- ductos de su hacienda Marcamanchay, donde querían fuésemos a pasar una temporada con ellos. Yo, a la verdad, me mostraba ya algo reacia a un nuevo paseo a las provincias del Perú, des- pués del inolvidable viaje a Cerro Alegre, que para mí se había convertido en el "Cerro Triste" de mis recuerdos . Rodeados de numerosos amigos, entre ellos don Abelardo M. Gamarra y Luis Ulloa, brindaron por nuestro feliz viaje y sobre todo por nuestro pronto regreso. Pero la suerte les fué adversa, cuando volvimos al Perú los esposos Cuadra habían fallecido. Sólo con los hijos pudimos seguir y hasta ahora, esa buena amistad vieja ya de cincuenta años. Unas semanas. antes de partir, quiso Gamarra que Manuel se retratara para reproducirlo en su "Integridad"; pero él comple- tamente refractario, no admitió ni discutir el asunto . Entonces Gamarra me rogó tratara de conseguirlo y recibí la misma ro- tunda negativa. Herida en mi vanidad de que me rehusara algo, me dí por ofendida. El primer día tomó a broma mi enojo y sin ceder me mantuve firme en mi resentimiento, hasta que al tercer día acce- dió a mis ruegos y juntos fuimos donde Dubreuil, sacándole ese retrato con patillas que después salió en el periódico de Ga- marra. Una tras otra recibíamos nuevas muestras de simpatía de nuestros amigos y fuimos agasajados por los tíos de Manuel, la familia Rodríguez de la Rosa; don Francisco acababa de ser padre de su décimo tercero hijo y la pobre señora Felisa no pu- do presidir la me.sa. Con igual cariño J uanita y su padre nos invitaron, hacien- do votos para nuestro pronto regreso. El señor Agustín Obín, el siempre gran amigo de Manuel, a pesar de su divergencia de ideas o tal vez por eso mismo -¿quién puede saber el fondo de cada conciencia?- sin saber del abandono de mis antiguas cre- en~ias, me trajo un par de detentes del Corazón de Jesús, .sin du-
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