Mi Manuel

-174 - Por supuesto nadie había querido comer y la pobre cocine- ra con pena contemplaba sus ollas llenas, que en vano había logrado salvar. A más de un metro de altura alcanzaba ya el agua en la habitaciones, todo anegado e invadido: los pobres chancho: logrando salir de sus chiqueros, nadaban y gritaban pidiendo auxilio que nadie podía darles. Casi todos los muebles estaban sumergidos, sólo las sillas sobrenadaban, pareciendo bailar en- tre ellas un nuevo paso de minué al compás de una música en- sordecedora. Al amanacer empezando a aclarar, pudimos distinguir el cuadro de ruina que nos rodeaba pues, el agua había invadido todo. Sin embargo vimos también que había disminuído duran- te el resto de la noche y pudimos bajar del techo. Con gran difi- cultad, andando en el fango, logramos ir hasta la zanja y cons- tatar que ya sería posible atravesarla, formando un puente con tablas. Mucha gente estaba reunida en el otro lado, para venir- nos a socorrer y con su ayuda, logramos por fin salir del ato- lladero. Un hacendado vecino, don Pedro Beltrán, había venido con su coche a sacarnos y nos llevó hasta "Casa Grande", de los Swayne, la hacienda más cercana, donde nos atendieron dándo- nos de almorzar, felicitándonos del terrible escape que habíamos dado. Emprendimos por fin viaje a Cerro Azul. Cuando llegamos, el vapor estaba fondea.do, pero ninguna lancha quería llevarnos a bordo por la braveza del mar. Accediendo a mi ruego, Manuel le pidió al agente de la com- pañía don Luciano Pela, que nos dejara partir y aceptando, él mismo subió también en la lancha. Fué terrible el viajecito: Cada inmensa ola parecía querernos tragar; la lancha tan pron- to en la punta de ellas, como hundiéndose en el fondo del mar, volvía a surgir como por milagro, para volver a desaparecer. Yo sentada al frente de Manuel, _agarrándole las manos, sólo quería verlo a él, mirándolo fijamente, buscando valor en su mirada serena y cariñosa; hasta lástima adivinaba también en sus ojos, al sentirme sufrir tanto, en esas últimas horas. Por fin llegamos al vapor y con la ayuda del famoso barril, nos volvieron a izar. A bordo parece que se admiraban todos de que se hubiese embarcado una señora, con tan mal tiempo; ya

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