Mi Manuel

-173 - salvarse. Todo se lo llevaba el agua en vertiginosa carrera con un ruido ensordecedor. Vimos. entonces que el agua aumentaba golpeando la pared de atrás de la casa, que por ser de adobe no resistiría mucho tiempo y quedaríamos presos como en una isla. Las aguas se habían dividido formando una nueva zanja al otro lado de la casa; sólo por estar en terreno elevado no había sido aún arras- trada. Ya el agua había invadido la parte baja en que estaba la máquina para moler la yuca, subiendo al lado de las pare- des en terrible amenaza. Siete personas estábamos allí en peligro: Don Mariano Ra- mos, Joaquín, don Manuel Salazar, contador de la hacienda, la cocinera, mujer de unos cincuenta años, un muchacho, Manuel y yo. Los demás empleados y entre ellos los ahijados Eleuterio Huapaya, Rosa Mercedes y sus dos hijos habían huído pruden- temente y en buena hora con sus cosas, sin siquiera avisarnos. Impresionados ante tanta amenaza, indecisos sin saber qué hacer, sólo en los ojos se leía lo grave de la situación, pues todos callaban. Entonces ante la probable perspectiva de ser arrastra- dos todos por el torrente, Joaquín con mucha cautela, le entregó a Manuel un revólver: -"Toma tío, le oí decir, para que mates a Adriana, antes de que muera ahogada en ese fango". Al oírlo me interpuse entre los dos, pidiéndoles que "no anticiparan los acontecimientos ... " Entonces a Joaquín se le ocurrió una nueva idea de salva- ción, trayendo el único caballo que había, propuso amarrarme encima y después lanzar al animal a que atravesara el torren- te. De nuevo me opuse enérgicamente a la tentativa y Manuel subiéndose al caballo quiso ver si era posible pasar. Yo, col- gándome de él, con jalones, arañazos, gritos y ruegos logré ba- jarlo, suplicándole no se expusiera. Como el agua seguía subiendo y empezaba a invadirnos, decidimos subirnos al techo como último refugio: don Manuel Salazar salvó los libros de cuentas de la hacienda, la cocinera sus ollas de comida, nosotros nuestro baúl y así cada cual lo que más estimaba. Como complemento de tanta calamidad una copiosa lluvia nos vino a empapar.

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