Mi Manuel

-172 - Yo en mis adentros admiraba al buen hijo, sin dejar d pensar que ese dinero seguramente habría ido a parar a man e d . I b , os de los santos pa res a qmenes sa el proveia, sacándoselos a su madre. Cumplidas las tres semanas de nuestra permanencia en Ce- rro Alegre, emprendimos el viaje dei regreso a Lima. Muy de mañana partimos camino de Cerro Azul, con la misma comitiva que al venir, pasando por Cañete esta vez, para descansar un rato. Así tranquilamente llegamos. hasta la mitad del camino, cuando de repente mi bestia empezó a brincar y cor- cobear. Parece que un tábano le estaba picando la cola, según me explicaron después y aunque en ese momento no me dí cuen- ta del motivo de su rabia, comprendí que todo sería en vano para contenerla; me agarré fuertemente de la silla .sujetando las riendas, pero de un gran sacudón me arrojó al suelo. En el acto sentí fuertes dolores pero nada dij e, teniendo que seguir ade- lante; volví a montar y dos horas después llegábamos a Cerro Azul. Dolores más fuertes y otros síntomas alarmantes, me hicie- 1·on temer un serio accidente. Llamado un médico, el doctor Pé- rez, español, de la hacienda "Casa Grande", me prohibió embar- carme, mandándome reposo absoluto. Francisco siguió solo pa- ra Lima, nosotros teniendo que regresar otra vez a Cerro Alegre. Obedeciendo las órdenes del doctor quedé echada varios días, Manuel sin moverse de mi lado. Cuando volvió el médico me encontró restablecida. Estábamos ya decididos a partir y tomar el próximo vapor, cuando una nueva calamidad nos vino a sorprender: ¡Un ay- huanco ! ... anunciaron espanta.das las gentes. Así llaman en esa región a unos torrentes de agua forma.dos por los deshielos en la sierra, que vienen en esa época del año a precipitarse al mar. Tan peligroso como inevitables, son el terror de los habi- tantes de los valles de la costa. Sin suponer siquiera que el peligro nos amenazaba a nos- otros mismos, fuimos a ver lo que ocurría. Al lado derecho de la casa ya se había formado una profunda zanja, de unos diez me- tros de ancho y con una agua barrosa que como un torrente, arrastraba a cuanto encontraba a su paso: piedras enormes, árbo- les desarraigados, animales vivos aun, luchando inútilmente para

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